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Judíos en Uruguay

El Uruguay en el 5767
La Colectividad Judía Uruguaya

Valeria Brito, Anna González y Soledad Petit.


 
INDICE    Página


    Introducción     3

    Breve presentación histórica de la comunidad    5

    La colectividad judía hoy    10

    El judaísmo: una definición compleja     25

    Una comunidad heterogénea y unida     31

    Vivir en un marco judío.    34

    Conclusión    40

    Bibliografía    41
 


INTRODUCCIÓN

Actualmente existe un proceso de homogeneización social que atraviesa a todas las sociedades –por medio del comercio mundial, la integración regional, los medios masivos de transporte y comunicación, la extensión de la idea de democracia como único sistema político legítimo, entre otros– proceso que tiene como contrapartida la emergencia y valoración de distintas culturas. En este marco, se agudiza la mirada hacia las culturas presentes en los distintos países, contexto en el cual se vuelve pertinente el estudio del multiculturalismo en Uruguay y de la colectividad judía en particular. Desde  sus orígenes ha sido una de las minorías culturales más numerosas y visibles en nuestro país, con singularidades que los han hecho sobresalir en variados ámbitos. La colectividad judía se destaca por tener una gran integración entre sus miembros a través de una variedad de instituciones que permiten mecanismos de socialización particulares, aspectos que generan un marco judío en el cual los miembros de la colectividad se insertan.

Actualmente, se estima que hay entre dieciséis y veinte mil judíos en el país. Si bien existen comunidades en los departamentos de  Maldonado y Paysandú,  en nuestra investigación nos centramos en la de Montevideo, donde se concentra la mayor parte de la población judía del Uruguay. Por lo tanto, a lo largo de este artículo al mencionar a la colectividad judía sólo nos referiremos a los residentes en la capital.  

 Para el desarrollo de esta investigación, dentro de las técnicas metodológicas cualitativas utilizadas, las entrevistas en profundidad han sido esenciales para recoger información específica y detallada. La entrevista resulta útil en el estudio de este tema ya que además de analizar lo que dicen los entrevistados permite también observar su forma de vida, sus medios de relacionamiento interpersonal, y su capacidad dialógica: sus gestos y la elaboración de su discurso acerca de un tema central en la conformación de su identidad. La estrategia de contacto para las mismas ha sido por bola de nieve, a partir de personas judías que conocíamos directamente o a través de terceros; y la selección de casos relevantes según muestreo teórico en donde tuvimos  como ejes:  el grado de religiosidad, sionismo, sexo, edad y pertenencia a una comunidad o institución. Durante la investigación, hemos realizados aproximadamente veinte entrevistas a dirigentes de las distintas instituciones, a jóvenes con cargos de liderazgo en la colectividad, así como también a miembros, hombres y mujeres que no están formalmente vinculados a la colectividad. En el intento de reflejar los diferentes grados de religiosidad, entrevistamos a judíos ortodoxos, conservadores y laicos, y a sus respectivos rabinos.  El rango de edad de los entrevistados se sitúa entre los dieciocho y los sesenta y cinco años aproximadamente. Por otra parte, la reciente realización de una historia de vida a una mujer judía adulta enriqueció la investigación, aportando un valioso relato sobre la cultura sefaradí y la conformación de los matrimonios mixtos. Para conservar la intimidad de los testimonios, no mencionaremos sus nombres en las citas.  

También hemos utilizado documentos, libros y trabajos sobre el proceso de integración de las primeras generaciones de inmigrantes llegadas al país,  además de varias publicaciones judías.  En este sentido el Semanario Hebreo, la Revista En comunidad y otras publicaciones particulares a las que hemos tenido acceso, como portales de Internet, han sido fundamentales para  mantenernos actualizadas sobre las actividades y temas de interés día a día.

Este artículo se estructura en tres grandes partes. En primer lugar, haremos una breve presentación histórica de la comunidad judía, en la cual describiremos sucintamente el contexto histórico del Uruguay que los recibió, analizando las distintas oleadas y motivos de la migración de los judíos, su establecimiento en diferentes zonas de la ciudad de Montevideo así como las principales actividades económicas desarrolladas y la creación de las primeras instituciones. En segundo lugar, realizaremos una descripción de la colectividad hoy: sus principales corrientes, la red institucional y los medios de comunicación existentes, haciendo énfasis en temas como el antisemitismo y las medidas de seguridad, el estereotipo de “judío rico” y finalizaremos con la importancia de la emigración a Israel en la actualidad. En tercer y último lugar, profundizaremos nuestro análisis en tres puntos que consideramos de interés sociológico como son: la compleja definición de “ser judío” haciendo referencia a las prácticas religiosas y culturales, el aparente contraste de una colectividad a la vez unida y heterogénea, y el dilema juvenil de vivir en un marco judío.
 

BREVE PRESENTACIÓN HISTÓRICA DE LA COLECTIVIDAD


Contexto histórico del  Uruguay que los recibió.

El territorio uruguayo escasamente poblado por charrúas, comenzó a recibir migraciones internacionales a partir de las órdenes reales de la corona española, interesada en poblar el territorio. Para conformar la colonia llegaron importantes contingentes de españoles y fueron traídos los esclavos de África. Luego, una importante inmigración desde la península itálica llegó hacia mediados del S XIX, configurando el contexto poblacional base del país que nacía como Estado independiente. Es este joven Estado el que motiva, hacia principios del S XX, el recibimiento de inmigrantes que pueblen y fomenten la producción en el territorio, con lo cual llega al país una importante inmigración de diversos orígenes. Así lo constatan las oleadas migratorias de armenios, suizos, rusos y judíos que arriban en ese período.  
Bajo este panorama, la llegada de los judíos al Uruguay es el punto de cruce de dos fenómenos: por un lado, la crisis que sufrían los países europeos al principio del S XX y por el otro, la necesidad de los países americanos de aumentar la población. Si bien Estados Unidos fue el gran captor de inmigrantes desde mediados del S XIX hasta finalizada la primera guerra mundial, cuando éste cierra sus puertas el flujo migratorio se reorienta hacia el Cono Sur. En un principio, los países destino eran Argentina y Brasil, y de ahí venían a Uruguay; pero una temprana separación de la Iglesia y el Estado; la laicidad, gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza pública;  la prosperidad económica y política que caracterizaban al país desde la segunda presidencia de Batlle y Ordóñez; fomentaron  que Uruguay se volviera un destino definitivo más atractivo para la emigración judía.  Se estima que de 1925 a 1933 ingresaron al país unos nueve mil inmigrantes judíos.
En la década del ‘30 se da un cambio radical: por un lado, el impacto de la crisis del ‘29 y por el otro,  la ruptura democrática causada por el golpe de Estado de Terra en 1933.  Esto alentó un cambio en la política inmigratoria, que pasó de fomentarla a restringirla. El Uruguay de “puertas abiertas” llegaba a su fin. Durante el gobierno de Terra hubo un intento de homogeneizar étnica y culturalmente al Uruguay; intento que se vio traducido en la promulgación de leyes y decretos que restringieron la entrada de inmigrantes. En 1932 se creó una primera ley, llamada “Ley de indeseables” (nº 8.868) que daba preferencia a los inmigrantes de origen latino e intentaba dejar afuera a aquellos grupos que consideraban difíciles de integrar, entre los cuales se situaban los judíos. La aplicación de esta ley redujo de manera considerable la llegada de inmigrantes judíos a nuestro país, que en contraste con los 1029 judíos que ingresaron en 1930, en 1933 llegó a ser de apenas 406. Esto se profundizó hacia aspectos políticos con la siguiente ley, la nº 9604, de 1936.  Por lo que establecen estas leyes, por la existencia de una filial del Partido Nacional Socialista en Uruguay y por los incidentes como el episodio del Graf Spee, queda claro que Uruguay no estaba libre de brotes antisemitas.  De todas formas se estima que en el período comprendido entre 1933 y 1942 llegaron cerca de siete mil judíos, en lo que algunos historiadores prefirieron denominar como una política de “puertas entornadas”.  Este contraste se puede comprender a partir de los sucesos ocurridos en Europa con la segunda guerra mundial. Ante el agravamiento de las persecuciones a los judíos en Alemania, los envíos a campos de concentración y el episodio de “La noche de los cristales” (Kristallnacht), el paradigma del Uruguay de puertas cerradas fue puesto en tela de juicio por la comunidad judía uruguaya que desarrolló un papel importante para la recepción de refugiados. Esto permitió que en 1939 ingresaran unos dos mil judíos en su mayoría provenientes de Alemania y Polonia.  
A comienzos de la década del ‘50, como producto de cambios en el contexto mundial y nacional, la inmigración comenzó a decrecer. Los estudios estiman que apenas 140 judíos ingresaron al país entre los años 1952 a 1956.

La llegada de los judíos al Uruguay

Como vimos, la inmigración de los judíos tuvo un carácter particular fundamentalmente a la luz de los terribles hechos del S XX. Ello nos permite hacer una primera clasificación de acuerdo a los motivos de la migración, que concuerda con las tres grandes oleadas migratorias judías recibidas por el país: inmigrantes, refugiados y sobrevivientes.  

- Inmigrantes. Bajo esta categoría agrupamos a los primeros judíos que llegaron al país entre 1890 y 1932, huyendo de la inestabilidad  económica y social de sus países de origen y también escapando de un antisemitismo que empezaba a ser más  visible. Ya en esta época, los judíos vivían en guetos y sufrían una creciente marginación.
- Refugiados. Usamos esta categoría para dar cuenta de los judíos llegados en la segunda oleada entre los años  1933 y 1942 que corresponde a los inicios de la segunda guerra mundial y la eclosión de la persecución por los nazis.
- Sobrevivientes. Esta categoría comprende a  los llegados en la tercera oleada entre los años 1945 y principios de la década del ‘50, primordialmente a causa del Holocausto. Llegaron al país por tener familiares radicados aquí, ayudados por organismos internacionales como la Cruz Roja Internacional y la American Joint Distribution Comité.

Por otro lado, podemos hacer una segunda distinción teniendo en cuenta la variedad de  lugares de origen de los judíos llegados al Uruguay. En primer lugar, los ashkenazíes: aquellos provenientes de Europa Oriental principalmente Polonia, Rusia, Lituania y Rumania. Fueron llamados “rusos” en el Uruguay, tuvieron dificultades en sus primeros contactos en el país debido fundamentalmente a que hablaban idish, lengua que surge de la fusión entre el alemán y el hebreo. En segundo lugar los sefaradíes: aquellos llegados de distintas regiones del mediterráneo oriental y del norte de África,  principalmente de: Turquía (Esmirna), Grecia (Salónica), Egipto. De cultura oriental, fueron llamados “turcos” en el Uruguay, y hablaban esencialmente ladino, hecho que facilitó su integración por su semejanza al español. Paradójicamente, resultó ser más difícil  su relacionamiento con el resto de los judíos no-sefaradíes. Por último, los provenientes de Europa central donde encontramos mayoritariamente dos orígenes: los húngaros  y los austro-alemanes.


Su asentamiento en la ciudad y principales actividades económicas desarrolladas.


Los inmigrantes judíos se asentaron básicamente en la ciudad de Montevideo. Sus lugares de origen marcaron los distintos barrios en los que se establecieron, conformando así zonas de la ciudad con distintas comunidades que concentraron sus escuelas, talleres, sinagogas y centros recreativos.

En un principio los ashkenazíes se establecieron  mayoritariamente en  Goes (Villa Muñoz- Barrio Reus) y el centro (Cordón)  y los sefaradíes en su mayoría vivieron en modestas casas de inquilinato en la Ciudad Vieja. Cuando llegaron los judíos alemanes y húngaros se instalaron fundamentalmente en el centro de la ciudad (Barrio Sur y Palermo) y en Pocitos aquellos con mayor poder adquisitivo.

Habían dos tipos de inmigrantes: aquellos sin oficio, en su mayoría pobres, que se emplearon como obreros en frigoríficos, en la construcción o mozos de restaurantes; y  los que tenían algún oficio “del viejo hogar” que intentaron desarrollar acá trabajando como sastres, zapateros, carpinteros, tapiceros, colchoneros, peluqueros o carniceros. Algunos tenían experiencia comercial previa y se dedicaron a la venta puerta a puerta, y los que contaban con cierto capital inicial, instalaron pequeños talleres al principio en sus propias casas, o pequeñas tiendas de ropa, mercerías o almacenes de barrio. Así aquellos que traían experiencia comercial y habilidad para los negocios fomentaron la aparición de los primeros comercios de venta en la zona de influencia de sus viviendas: calle Colón en Ciudad Vieja, sobre 18 de julio en el Cordón  y  Arenal Grande en el Barrio Reus.

En este sentido, hoy en día se reconoce el innegable aporte de la inmigración judía al desarrollo económico del país en materia de confección de ropas, fabricación de muebles, trabajo de pieles y en la industria del cuero, así como también fue fundamental su participación en el desarrollo del comercio, desde el ambulante a las grandes tiendas por mayor.
 

Sus primeras instituciones


Una característica de esta colectividad es la temprana institucionalización de sus integrantes. En 1909 ya habían creado la primera institución judía en el Uruguay llamada "EZRA" (en hebreo “ayuda”) destinada a la ayuda mutua y la beneficencia.  
La colectividad judía fue estructurada básicamente, atendiendo al origen de los individuos, estructura que lograron consolidar hacia fines del la década del ‘30, en las llamadas kehilot o comunidades. Éstas son:
1)    Comunidad Israelita del Uruguay (Kehilá).  Surgida de la Jevra Kadusha Ashkenazí creada  en  1916, es la mayor organización comunitaria en el Uruguay, con unos 3.700 socios,  alrededor de los cuales está implicado el 55 % o más de las personas de la colectividad, elemento que los vuelve un referente de la vida comunitaria.
2)    Comunidad Israelita Sefaradí (C.I.S). Fundada en 1932 por judíos de orígen sefaradí, tras la fusión de las sociedades Sheshed Shel Emet de 1916 y Bikur Jolim  
3)    Nueva Congregación Israelita de Montevideo (N.C.I). Fundada en 1936 por judíos provenientes de Austria y Alemania. Actualmente ya no es una Congregación alemana debido a que casamientos entre judíos de orígenes distintos se ha convertido en la norma.   
4)    Comunidad Israelita Húngara del Uruguay (C.I.H.D.U). Fundada en 1932 con judíos provenientes mayoritariamente de ese país.
 

LA COLECTIVIDAD JUDÍA HOY

Principales corrientes

Dentro del judaísmo, según  el componente ideológico y según el grado de religiosidad, tenemos distintas vertientes, lo que  conforma una gran diversidad al interior de la colectividad.
Desde el punto de vista ideológico, el rasgo más sobresaliente de la colectividad en Uruguay es el  sionismo. Éste es el promotor de la movilización mundial por la creación del Estado Judío en Palestina y responsable, en gran medida, de la fundación del moderno Estado de Israel. El sionismo conjuga dos elementos: por un lado independencia y soberanía del Estado de Israel y por el otro, la centralidad de Israel en la identidad judía. Cabe aclarar que, si bien hay muchas instituciones que se autodefinen como sionistas, la concepción que éstas tienen sobre esta ideología no es homogénea. Algunas, las más radicales, conciben el sionismo como la voluntad del judío de radicarse en Israel definitivamente, y otras sólo lo ven como un vínculo que tienen que entablar con ese Estado y su pueblo, pero sin que sea necesario emigrar. Aunque la primera organización sionista en Uruguay fue Dorshei Sion surgida en 1911, actualmente la institución encargada de la difusión de la visión sionista en la colectividad judía uruguaya es la Organización Sionista del Uruguay (O.S.U), que se propone estimular y profundizar los vínculos entre el pueblo y el gobierno de Israel y las instituciones sionistas del país.  Entre las distintas actividades que desarrollan en nuestro país, se destacan: el  día denominado Iom Israel (el Día de Israel) en el que gente de todas las edades participa en distintos tipos de actividades;  las  conmemoraciones de las festividades judías laicas; y la conmemoración de Iom Ierushalaim (Día de la reunificación de Jerusalem) que desde 1990 se celebra con el “Premio Jerusalén” con el que la institución distingue a personalidades uruguayas que se han mostrado solidarias o afines a la causa del sionismo y del pueblo judío.
En Uruguay, la única institución judía que se define como no sionista es la Asociación Cultural Israelita Dr. Jaime Zhitlovsky, en tanto para ellos el Estado de Israel no tiene un rol central dentro del judaísmo; si bien dicen apoyar su creación, no comparten la visión sionista que estimula la emigración a Israel: “No estamos en el Comité Central porque  no compartimos su concepción sionista.  Nosotros apoyamos y defendemos el Estado de Israel (que es distinto al gobierno), pero no pensamos irnos”  dice uno de sus integrantes. Dicha asociación se define ideológicamente como progresista. Inicialmente eran inmigrantes que ya se habían incorporado a filas marxistas en Europa. En Uruguay conformaron un pequeño grupo de judíos de izquierda, que llegó con una tradición de luchas obreras, vinculándose a la III Internacional y a la división de los socialistas. Sus integrantes fueron constructores de los primeros Clubes Obreros, Instituciones culturales, Organizaciones Solidarias de Ayuda Mutua y Financieras, Organizaciones de Asistencia Medica, diarios y publicaciones en idish y español. Su principal objetivo es difundir la cultura idish, conservando y cultivando el bagaje milenario que posee el judaísmo respecto a valores,  conceptos humanistas y cultura, entendida ésta en su sentido más amplio. Por ello, no adoptan las prácticas religiosas, ya que consideran que la religión es sólo un aspecto más, entre otros, dentro de la cultura judía. Se consideran judíos ya sea por herencia o por adhesión, pero sin desprenderse jamás de la sociedad uruguaya a la cual consideran propia. En palabras de un integrante de la comisión directiva de dicha asociación: “Tenemos una doble identidad: uruguayo – judío”.
Desde el punto de vista religioso, se destacan cuatro corrientes en Uruguay: ultra-ortodoxos, ortodoxos, conservadores y el sector judío secular. Los primeros tienen como distintivo del resto de los judíos la importancia y centralidad de  la vida religiosa en su existencia diaria, ya que  siguen estrictamente todos los preceptos. En el país están representados por el Centro Lubavitch de Beit Jabad Uruguay que, dirigido por su propio rabino, se encarga de coordinar distintas actividades y fomentar el mantenimiento de los preceptos y costumbres religiosas según lo establece la Ley Judía Halaha, conjunto normativo conformado por los textos sagrados: la Torá y el Talmud. Están establecidos mayoritariamente en Pocitos, donde tienen su sede y un jardín de infantes. A pesar de ser un grupo bastante reducido, su vestimenta los caracteriza y distingue rápidamente: una kipá  negra, la barba larga y el traje negro. Sus prácticas religiosas mantienen muy cohesionadas a las pocas familias ortodoxas existentes en el país, a diferencia de lo que sucede con el resto de la sociedad, en donde su integración se hace más difícil, por ejemplo por el precepto que indica que no puede haber contacto físico entre hombres y mujeres salvo que sean familiares directos. Si bien su integración a la vida social uruguaya es prácticamente nula, están muy conectados con otras comunidades del movimiento jasídico mundial (ultra-ortodoxo). Con respecto a la ideología, éstos no se pueden considerar estrictamente sionistas, porque niegan la legitimidad del Estado de Israel por haber surgido como resultado de un proceso político secular, previo a la llegada del Mesías, ya que de acuerdo con su visión teológica, la Tierra Prometida solamente renacerá con la venida del Mesías.  La segunda corriente, la ortodoxa, también pretende cumplir con los preceptos religiosos según lo indican los textos sagrados, aunque de una forma más flexible, sobre todo en lo que tiene que ver con la vestimenta y la apariencia en general. La corriente conservadora está representada en nuestro país por la Nueva Congregación Israelita, cuyo rasgo característico es su visión evolucionista sobre la interpretación de los textos sagrados. Uno de los principales matices con respecto a los anteriores es su consideración de la Halahá.  Según explica uno de los entrevistados: “Para el movimiento conservador, los rabinos de hoy tienen la misma autoridad que los de antaño para, colectivamente y por consenso, adaptar a las exigencias de nuestro tiempo el “corpus juris” que regula nuestra conducta como judíos”. Finalmente, la corriente secular, es aquella que valora al judaísmo por su vertiente cultural y no religiosa, destaca la importancia de los valores humanistas del judaísmo. En Uruguay está representada por instituciones como la Corriente Judía Humanista, el Zhitlovsky, entre otras.  Gran parte de los judíos uruguayos se consideran a sí mismos no religiosos.

Red institucional

Aunque con el correr de los años se fueron creando varias instituciones con diversos fines, la columna vertebral de la colectividad siguen siendo las cuatro comunidades iniciales (kehilot), que fueron nombradas anteriormente. La estructura de la colectividad se basa en ellas y se articula, fundamentalmente, en torno a la institución que conformaron hacia el año 1940, el Comité Central Israelita del Uruguay (C.C.I.U). Dicho comité  se funda el 11 de diciembre del año 1940 para cubrir la necesidad de coordinación y centralización de las actividades de las cuatro comunidades.  Su objetivo es asumir la representación de las instituciones judías sionistas de la colectividad judía del Uruguay a nivel nacional e internacional. Es importante mencionar que el C.C.I.U está integrado a través del Congreso Judío Latinoamericano al Congreso Judío Mundial, que afilia a todas las comunidades judías del mundo y tiene representación en Naciones Unidas en calidad de ONG observadora. En el C.C.I.U actualmente están integradas más de cuarenta instituciones, entre las cuales se encuentran: la O.S.U y la Fundación Alianza Cultural Hebrea (F.A.C.H sede de la Agencia Judía para Israel en el país), además de otras instituciones que  según  sus objetivos pueden ser educativas, sociales, culturales, de asistencia social, movimientos juveniles, instituciones femeninas, amigos de universidades israelíes, etc. (Ver Figura 1).

Las instituciones de la  colectividad judía en Uruguay tienen una importante red de comunicación que tiene un papel central en la reproducción de la cultura judía. La diversidad de instituciones también se refleja en la multiplicidad de comunicaciones que colaboran en la difusión de las  actividades que se desarrollan en la colectividad, así como también de los acontecimientos sociales dentro de la misma y las noticias de actualidad respecto a Israel y a Uruguay. Aunque existen varias  revistas particulares, como por ejemplo Yahv New del Colegio Yavne, Identidad de la Corriente Judía Humanista, Kesher de Beit Jabad Uruguay, la más importante es la que se desarrolla en forma conjunta: “En Comunidad”, revista intercomunitaria. A su vez, varias instituciones tienen su boletín interno, donde anuncian las actividades, casamientos y sus respectivas noticias. Actualmente existen audiciones radiales judías, la de la  C.I.H.D.U y otra independiente llamada Radio Maná.  A su vez hay otras iniciativas privadas como el “Semanario Hebreo”, un medio escrito de difusión semanal que se edita desde hace cuarenta y cinco años.  Actualmente es de destacar la gran importancia que han cobrado los cyber espacios, con el desarrollo de múltiples páginas web, tanto de las comunidades como de otras iniciativas privadas, que brindan servicios a toda la colectividad, como es el caso del portal www.jai.com.uy.  
 
Figura 1. Mapa institucional esquemático.


Origen y cuestionamiento del estereotipo de “judío rico”


Se podría afirmar que desde su llegada al país, los judíos tuvieron en su mayoría una  movilidad social ascendente, debido a un conjunto de aspectos. En primer lugar, las condiciones favorables del Uruguay que recibió a esas primeras generaciones ofreciendo posibilidades de educación gratuita para todos, incluso de carreras universitarias. En segundo lugar, lo que los descendientes de inmigrantes judíos destacan como propio de su riqueza cultural, es decir, la importancia que le otorgaban a la educación como medio para su claro objetivo de superación. “La obsesión con la cultura y la formación se ve hasta en el chiste. Cuando le preguntan a una señora en la plaza cómo se llaman sus dos hijos, ella responde: “el doctor se llama Isaac y el abogado Moisés”, porque ya estaba previsto que tuviesen que ascender socialmente a través de las profesiones. Eso es parte también de la cultura judía, cómo la gente se comporta y vive en función de ese pasado percibido. Ya estaba previsto que el nene de dos años fuera abogado y el de tres fuera médico, porque siéndoles prohibido el ejercicio de ciertas profesiones que tenían que ver con la tierra y la nobleza, y condenados a las actividades terciarias, la actividad universitaria era la manera de ascender socialmente y de integrarse a la sociedad” dice uno de los entrevistados perteneciente a la N.C.I. En último lugar, la solidaridad interna que dio lugar a la creación de una vasta y densa infraestructura social que permitió a los judíos fortalecerse y tener sus necesidades cubiertas.

Ese ascenso social se observó rápidamente en el ámbito laboral, los empleados lograron poseer negocios o industrias propias, con lo cual la segunda generación de inmigrantes pasó de estar constituida por obreros a estarlo por patrones. La tercera generación de personas judías ya se destaca por la presencia de un alto número de profesionales universitarios, fundamentalmente en áreas de salud (medicina y odontología), notariado y contaduría.  En este sentido uno de nuestros entrevistados perteneciente a la Kehilá explica: “Mis padres nunca me quisieron enseñar su oficio. Mi padre me decía: “alcanza con que nosotros dos seamos esclavos.” Querían que nosotros nos formáramos, que tuviésemos otro tipo de vida. La primera generación de inmigrantes llegó a tener un crecimiento tal que había entre ellos comerciantes e industriales de primera línea. Incluso gente que llegó sin la cultura del lugar, pasó a tener ese crecimiento en su vida. Pero no solamente desde el punto de vista material, también desde el punto de vista de la formación académica. Hay una cantidad de judíos en la cultura, en los académicos hoy. Después de que terminó la dictadura el 5% de los grados 5 eran judíos en la Universidad de la República.” Esa movilidad social ascendente se reflejó en una migración interna, que permitió un desplazamiento territorial desde los barrios de residencia de aquellos inmigrantes de principio de S XX –Ciudad Vieja, Goes, etc.- a barrios más residenciales como son Buceo, Parque Batlle, Malvín, Carrasco y Pocitos; aunque manteniendo sus comercios en la zona que los vio llegar.  

Sin embargo, esa constatación del rápido ascenso social que lograron durante el S XX, fomentó una visualización simplista y reduccionista de lo que es el judío promedio, conformando un estereotipo de “judío rico” que hay que matizar. ¿Por qué hablamos de que existe un estereotipo que identifica unívocamente a todo judío con un sector “adinerado” de la población?  Los estereotipos logran instalar en el imaginario social un conjunto de características que se les atribuyen a todos los miembros de determinado grupo social. Keesler señala de forma muy detallada a qué estereotipo nos referimos: “La vida judía uruguaya es muy homogénea y está marcada por un modelo de clase media alta: casa o departamento en Pocitos o barrios aledaños, empleada con cama, un auto o dos, vacaciones en Punta del Este o en el exterior, colegio comunitario de costo medio-alto y una vida social económicamente de lo más exigente: salidas, restaurantes, fiesta y eventos que requieren ropa nueva, regalos.” (Keesler, 2002; 37) Debemos tener en cuenta que la noción de "cómo es la gente" a partir de un estereotipo entraña consigo la misión de retroalimentarse, concibiendo las identidades colectivas de manera estática y ahistóricamente conformadas. Como dijimos, ese estereotipo es relativo y oculta la existencia de realidades múltiples, que a partir de momentos de grandes catástrofes económicas se hacen más visibles.  

Si bien es cierto que los judíos se destacan por un alto porcentaje de universitarios, niveles de ingreso mayores a las medias nacionales y un perfil sociodemográfico característico de una clase media-alta,  es necesaria una mirada más profunda. En primer lugar, el elevado nivel de vida del judío promedio es una medida relativa que encierra una visión homogénea de la situación de los miembros de la colectividad. Por otro lado, la importancia que se le brinda a determinadas pautas de consumo y a un estilo de vida particular, ocultan tras su velo homogeneizador las disparidades reales que existen.   “Había muchísimos judíos, familias rusas polacas, todo muy bien, somos todos judíos pero en determinado momento cuando había que cortar ahí se cortaba y por lo sano. Yo tenía un amigo turco que estaba enamoradísimo de una judía alemana, y el era judío también, pero los padres le decían: “no te vayas a meter con un turco jamás: son timberos y mujeriegos” Yo no sé si sería tan así, pero tenían esa fama y la prueba está que fueron pocos los judíos turcos que hicieron plata, porque judío turco que haya hecho plata poquitos, de la colectividad grande que teníamos son contados con los dedos de la mano” nos cuenta una entrevistada al recordar sus vivencias de niña. A su vez, esta visión desconoce la existencia de una gran cantidad de familias judías en situación de pobreza y vulnerabilidad. Un aspecto central en la pobreza judía del Uruguay es el de la vergüenza de su situación que, concomitantemente a este estándar de vida judío uruguayo, genera un alejamiento de la vida comunitaria.  Según estudios realizados se estima que hay alrededor de 3300 personas judías pobres en el país, de los cuales casi 420 serían indigentes.  

En segundo lugar,  es muy notoria la identificación que suele hacerse desde dentro y fuera de la propia colectividad de un “deber ser” hacia el cual cada integrante de la misma se debe aproximar. Muchas veces son esos preconceptos “dados” los que hacen que gran parte de los judíos se sientan alejados de la colectividad, al serles difícil reivindicar su condición judía cuando se está por fuera de los “parámetros promedio” que subjetivamente tienen incorporados. Gran parte de los judíos de medianos ingresos se ven distanciados del núcleo de la colectividad, lo cual los hace sentir, en muchos casos, ajenos al “ambiente”, como expresamente lo dice una entrevistada: “No estamos en el ambiente judío, en realidad, no porque no queramos, sino porque  a veces no disponemos económicamente las salidas de ellos si ellos salen cuatro o cinco veces en el mes nosotros podemos salir una, porque los dos somos empleados y no podemos seguirles el ritmo. Eso no significa que no seamos amigos, seguimos siendo amigos para los cumpleaños para las fiestas  lo único que no hago, no tengo ese ritmo que tiene la gente de la colectividad porque no podemos seguirlo económicamente”.  En este sentido, existe una especie de discriminación interna y auto-exclusión, que se ve acentuada en situaciones de pobreza y vulnerabilidad, llegando incluso a no solicitar las posibilidades de apoyo que brinda la infraestructura de la colectividad.  Consecuentemente, el empobrecimiento tiene a veces como correlato una pérdida de la identidad judía y por tanto una mayor propensión a la asimilación así como también a la emigración. Los mayores niveles de emigración se registran  en los sectores de judíos de menores ingresos, actuando ésta como una válvula de escape de la situación social de la que la población judía uruguaya no está exenta de sufrir.  Todo esto lógicamente, hace que disminuya el peso relativo de las ocupaciones y características socioeconómicas de sectores de menores ingresos en el total de la colectividad, en comparación al conjunto de la sociedad uruguaya.

En conclusión, podemos afirmar que con este estereotipo estamos ante un reduccionismo de lo étnico cultural a la condición de clase. En ese sentido uno de los entrevistados de la Kehilá es elocuente al decir: “Lo peligroso en los judíos es que se tiende a ver al judío no por el concepto, sino que lo identifican por ciertas conductas sin darse cuenta que son las de una clase social. La comunidad judía está en una clase media en Uruguay, no hay gente muy fuerte económicamente, sí hay gente que lidera industrias, pero no tiene el poderío económico que tienen determinadas familias acá. Pero la clase media trata de imitar y seguir el nivel de la clase media-alta, entonces está pedaleando por más de lo que puede. Para seguir las conductas de la clase media-alta hacen sacrificios y dejan el tendal, y se van endeudando y mucha gente los ayuda porque son amigos. Pero la están pedaleando y cuando pierden, hay muchos que quedan afuera. Entonces empieza a haber gente que tiene vergüenza de venir a pedirte ayuda”. La gravedad social de la existencia de estereotipos que enfatizan un pre¬juicio etno-cultural está en  la discriminación y segregación que se genera, al atribuir indiscriminadamente a toda un grupo étnico-cultural unos atributos que son comportamiento de al¬gunos de sus miembros.


Antisemitismo y medidas de seguridad


El racismo es un fenómeno cultural, producto de la ignorancia y el resentimiento que  las instituciones judías tienen muy presente y trabajan diariamente en conjunto con otras organizaciones, para informar y luchar contra cualquier hecho antisemita, judeófobo o discriminatorio. Toda discriminación está basada en un prejuicio, que tiene orígenes diversos y hasta lejanos en el tiempo, basados en una percepción social de las diferencias, sean religiosas, políticas o culturales. En las entrevistas surgía específicamente un antisemitismo catalogado por algunos autores como “popular” o “tradicional”, ya que refiere a la aceptación de estereotipos e imágenes negativas de los judíos aceptados mayoritaria y pasivamente por el denominado “público en general”. “Sí hay discriminación pero la discriminación es más a nivel popular que otra cosa. En los programas a micrófono abierto nos dicen de todo pero es cómico. La señora A dice que los judíos son unos miserables que no le dan de comer a nadie y la señora B llama para decir que cómo puede ser que los judíos hacen una fiesta y tiran tanta comida que es un pecado de Dios. Una atrás de la otra.  Yo no digo que no haya gente que discrimine, que no haya antisemitas. Hay, y a patadas. En el Uruguay todavía no queda muy bien, no es políticamente correcto decir que discriminás. Nadie escribe un artículo francamente antisemita. Es un país tolerante. Siempre dijo ser tolerante y fue muy tolerante cuando los otros eran intolerantes. Pero eso no quiere decir que no haya discriminación. No es discriminación oficial” nos dice un miembro del C.C.I.U. Es entonces, un antisemitismo mundano: un dicho, un chiste, un graffiti; algo que por mínimo que parezca deja un sabor amargo que no debería disimularse. Los más escépticos creen que los prejuicios están ahí, muy cerca de la superficie y que es muy fácil que irrumpan, como comenta uno de los entrevistados: “sí, todo muy bien pero hay algo ahí que en la medida en que las cosas van bien no aparece. Si las cosas fueran mal es probable que apareciera”.  Y algo de ello se reflejó durante el año pasado con las tensiones en el Líbano respecto al conflicto entre Israel y Hezbollah. Muchos consideran que ello fomentó un crecimiento antisemita en el país. De todas maneras, es elocuente la segregación residencial existente en Montevideo, que cada día concentra más a la colectividad en el barrio Pocitos, ya que la discriminación tiene formas de difusión sujetas a la segregación, al gueto socio-cultural. A su vez, hay una discriminación religiosa sutilmente presente en el país, que se refleja en el calendario y la falta de respeto y reconocimiento de días festivos y feriados religiosos judíos.  

En nuestra sociedad hay una naturalización de las conductas discriminatorias, que se encuentran detrás de un vocabulario despectivo que estigmatiza al grupo “diferente”. Es así que  los judíos sienten la discriminación más que nada como una diferenciación respecto al modo de ser o el estereotipo que la gente se crea, es decir, formas de pensar prejuiciosas que muestran, según Calvo, una antipatía apoyada en una generalización imperfecta e inflexible, que se convierte en una pauta de hostilidad en las relaciones interpersonales. Frases del tipo “Negociá como un judío”, marcan cómo se asocia al judío con el hábil declarante, el hábil negociador, son preconceptos presentes en las personas los que generan pequeñas manifestaciones y episodios, que casi cualquier judío alguna vez experimentó en su vida. Pero lo toman como algo aislado, provocado más por desconocimiento que por intención de discriminar; no sienten una discriminación en ámbitos sociales, sino que se sienten plenamente integrados y participan tanto en ámbitos laborales, políticos, como en la vida social general.  “Yo no siento que haya una gran discriminación a nivel social general. Siempre estuve integrada en ámbitos no judíos y nunca tuve problema. Una anécdota: yo estudiaba en la Facultad de Arquitectura. Una tarde descubrieron que yo era judía, y me dijeron “¿pero vos sos judía? Pero no sos como aquellos que están allá, que están siempre juntos”, “¿y qué tengo de diferente o qué tengo de igual?”, “no, pensamos que no eras”. Pero no sé por qué para ellos no era, porque no era el modo de ser o el estereotipo que uno se crea o que mismo el judío a veces crea hacia fuera. Aquellos eran un grupito de chicos que habían salido de un colegio juntos porque habían entrado juntos, eran como un grupo cerrado en sí mismo y eran los judíos de la generación” relata una entrevistada miembro de la Kehilá.

El antisemitismo es un aspecto muy presente en la vida cotidiana de las personas judías que  repercute en su percepción de la realidad y que puede tener como consecuencia un mayor aislamiento, agravar la sensación de miedo y distorsionar la manera de relacionarse con el entorno. Actualmente existen importantes medidas de seguridad en todas las instituciones judías, y entendemos que las mismas dan cuenta de una cierta desconfianza y temor. La persecución que sufrió el pueblo judío a lo largo de su historia, los acontecimientos más recientes, como ser la guerra y la violencia cotidiana que se vive en Israel, genera en toda la población judía un estado de alerta permanente. No viven con miedo, pero son cuidadosos: “Vivimos en una situación desagradable que es tener que poner vallas, limites a la entrada: si no sabemos quién es no lo dejamos entrar, sin documento no entra nadie, si no te conocen no podes entrar. O a toda la gente que entra hay que revisarle el bolso. Y hay gente que lo entiende que tiene mas tolerancia y hay gente que no. Como cuando uno viaja en un avión, hay gente que se molesta porque no lo dejan subir con una tijera, y bueno… Entonces te crea dificultades en el desarrollo de la vida pero bueno, hay que ser responsable”, nos dice un rabino, quién reconoce cómo ello repercute en su relacionamiento con el entorno.  A este respecto se puede marcar un antes y un después del atentado contra la A.M.I.A (Asociación mutual israelita argentina) en la ciudad de Buenos Aires, Argentina en 1994 que demostró que el conflicto no es localizado en medio oriente sino que afecta a toda la diáspora. “Está claro que después de la destrucción de la embajada judía de la A.M.I.A el mundo judío ha sido distinto, en Francia ahora en Viena ayer. Entonces las instituciones judías deben tomar medias, que no son simpáticas pero son realistas. En función de la experiencia histórica contemporánea hoy se sabe que las instituciones que no tienen ningún tipo de medidas son las más vulnerables. Hay que intentar por lo menos racionalmente en lo que se pueda tomar precauciones”, nos dice un rabino. En nuestro país es notorio el refuerzo de las medidas de seguridad luego de ocurrido el atentado. Por ejemplo, son característicos los mojones antibombas, restringir la entrada a personas que no se conocen, así como pedir documento de identidad a quienes quieran ingresar a las instituciones.

Sin embargo, a pesar de estas medidas, tienen presente que es muy difícil luchar contra alguien que no valora la vida: “es muy difícil controlar a alguien al que no le importa inmolarse”, expresa uno de nuestros entrevistados. Saben que a pesar de todo, no hay manera de tener seguridad: “el día que quieran hacerte algo, te lo hacen”. No viven con miedo por ello, sino que tienen presente que las medidas de seguridad son necesarias: “son medidas prudentes para no ser vulnerables”. Indudablemente, con dichas medidas la percepción de los demás se distorsiona, pero ello también se toma como corolario de un objetivo terrorista, como dice un rabino: “Inclusive la gente no entiende lo que es ¿que es un bunker o  una congregación religiosa? Una valla es un proyecto de acorralamiento, que también es un objetivo terrorista. No solamente destruir sino también hacer sentir vulnerable y marcar una diferencia”.  

Frente a esta situación delicada las instituciones judías elaboran una serie de mecanismos de lucha como por un lado, la participación en la Comisión nacional contra el racismo, la xenofobia y toda otra forma de discriminación, y promover una mayor  legislación en esta materia, trabajo que fomentó la creación de la Ley antidiscriminatoria de 1989 y la Ley contra el racismo, la xenofobia y todo otro tipo de discriminación, aprobada en 2004. Por otro lado, se encuentra el imperativo de No Olvidar, que se observa en tanto la temática del Holocausto está siempre presente en la currícula de los liceos, en los contenidos que trabajan los movimientos juveniles y en diversas conferencias. Al reflexionar sobre los efectos de una tragedia social semejante y cómo hacer para no olvidar pero superarla, la búsqueda de un camino que equilibre entre los extremos de la aceptación resignada y la exacerbación del odio, nos lleva a la construcción de una memoria colectiva y reflexiva. Ésta debe superar la mera descripción del hecho horroroso, dando cuenta de que éste no es propiedad de nadie y que debe ser de utilidad para contribuir con conciencia a construir el presente y proyectar el futuro. Es indudable que esa ha sido la apuesta de la colectividad judía, que lo manifiesta de manera particular en dos fechas especialmente importantes. En el mes de abril, el día recordatorio del Holocausto - Iom HaShoah - es una fecha que moviliza a toda la colectividad, en una conmemoración que convoca a autoridades nacionales, comunitarias y a medios de prensa. Lo mismo sucede el 27 de enero, declarado por Naciones Unidas como el Día Internacional de Recordación de las víctimas del Holocausto; día también dedicado al recuerdo y la reflexión. Tengamos en cuenta que en Uruguay, viven actualmente unos noventa sobrevivientes del Holocausto, y se reciben unas 582 compensaciones por  trabajos forzados, persecución y experimentos médicos. Si bien, como dice una cita de prensa: “difícilmente pueda alguien que no estuvo en la Shoa, sentir como si la hubiese protagonizado… todos debemos recordarla, como si la hubiéramos vivido, y transmitir el mensaje.”   Con ello promueven mediante el conocimiento y la sensibilización sobre lo que pasó, el mensaje de que Nunca  Más ocurran  genocidios, ni al pueblo judío ni a ningún otro.  


Como menciona Calvo: “el racismo, la xenofobia contra el extranjero, la discriminación contra los grupos minoritarios étnicos no es algo instintivo y biológi¬co que tienen los seres humanos ante la presencia de “lo ex¬traño y diverso”, sino que es una actitud aprendida, una cre¬encia ideológica y un comportamiento cultural histórico; y, en consecuencia, siempre cabe una socialización de solida¬ridad, de respeto y de creencia igualitaria”.  Más allá de las posturas que se tengan al respecto, la vía de convivencia pacífica está en la educación y el reconocimiento de la riqueza que brinda a una sociedad la pluralidad cultural.


Aliá: altas tasas de emigración de judíos uruguayos a Israel


Para los judíos la religión y su pueblo  se consagraron desde siempre a la tierra de Israel, ya que desde sus albores el mundo se divide entre la Tierra Santa y todo el resto llamado diáspora . Actualmente hay alrededor de veinte mil uruguayos radicados en Israel. Esto se debe a varios factores que desarrollaremos a continuación.  

La colectividad uruguaya está fuertemente ligada a Israel, como mencionamos antes, por su condición sionista. En ello es elocuente el nivel de movilización que genera la O.S.U, tanto en actos conmemorativos como en la elaboración cotidiana de artículos y comunicados de prensa sobre la visión sionista y el mejoramiento de las relaciones entre Uruguay e Israel.  A su vez, tienen estrechas relaciones con la Federación Juvenil Sionista (F.J.S) institución que centraliza, unifica y representa a la juventud judía sionista del Uruguay. Ésta es de gran importancia en nuestro país ya que nuclea a todos los movimientos juveniles (Tnuot), brindando educación judía no formal e incentivando a la Aliá (emigración a Israel), permitiendo desarrollar desde tempranas edades una afinidad importante con el pueblo y Estado de Israel. Resulta ilustrativo saber que entre los años 2001 y 2005,  255 jóvenes judíos uruguayos que participan en éstos movimientos, desarrollaron la experiencia de vivir un año en Israel, en lo que denominan el  Shnat Hajshará. Este año de estudios en Israel, es considerado por ellos  esencial para su liderazgo dentro del movimiento y dentro de la comunidad. Para muchos de estos jóvenes es una primera experiencia en el país, y luego vuelven para radicarse de forma definitiva. De los últimos 500 jóvenes que se fueron a vivir a Israel hasta el año 2006, 110 eran integrantes de estos movimientos.

También resulta clave para la emigración de judíos uruguayos, la influencia y facilidades que se ofrecen en la F.A.C.H, a través de los  departamentos de educación y Aliá de la Agencia Judía para Israel.   En este sentido, hay cursos de hebreo para futuros emigrantes, programas especiales de ayuda para el primer año de radicación en Israel, y de absorción definitiva como ciudadanos israelíes. Un ejemplo es el programa Eilat que ofrece inserción laboral directa, subvenciones en vivienda y comidas para el perfil de olim (inmigrantes), es decir personas sin hijos o solteras. Israel es un país que recibe a los inmigrantes con una cantidad de beneficios para aquellos judíos contenidos en la “Ley del retorno”, ley por la cual aquellas personas judías o descendientes de judíos hasta la tercera generación (hijos, nietos y sus cónyuges) tienen derecho a retornar a Israel y recibir la ciudadanía israelí con sus beneficios, derechos y obligaciones.  En la colectividad se suele hablar de “la carpeta”, para referirse a la “carpeta de Aliá”: un archivo que reúne los documentos necesarios para identificarse como judío amparado por la Ley del Retorno. En muchos casos no es un trámite fácil, sobre todo si se proviene de matrimonios mixtos donde es necesario un certificado hecho por un rabino que confirme su ascendencia judía por línea materna.

En este sentido, Uruguay es el país que en relación a su población, tiene más emigrantes a Israel de toda la comunidad judía mundial. En el caso de la última crisis económica, entre el 2002 y 2003, más de mil integrantes de la colectividad emigraron a Israel.  A este respecto, resultan muy valiosos los aportes que realiza Rafael Porzecanski, quien además de tomar en consideración las oportunidades que ofrece Israel a los potenciales inmigrantes de la diáspora, afirma que en muchos casos, cuando se trata de familias con un débil vínculo con su origen judío, dichas facilidades terminan jugando un papel “recuperador” con las mismas en pro de evitar la asimilación. En este sentido, es importante recalcar la propensión migratoria existente en la colectividad judía, expresada por una entrevistada: “Sabemos que el judío está en Israel.”
 

El judaísmo, una definición compleja


Cuando hablamos del judaísmo la primera asociación que surge es con la religión, pero en realidad hay un conjunto de prácticas, rituales, danzas, comidas e instituciones que no se asocian necesariamente con un aspecto religioso, sino cultural, que trasmiten y reproducen en las interacciones. Si bien el judaísmo sí puede entenderse como una religión, es también, por un lado una cultura, y por el otro, una identidad.

Para estudiar el aspecto religioso del judaísmo, tomaremos como punto de partida la concepción durkheimiana que considera la religión compuesta por representaciones colectivas y prácticas rituales. Profundizando en el primer concepto que propone Durkheim de “representaciones colectivas”, se puede hacer una escisión dentro del judaísmo entre los distintos grados en que se respetan los preceptos religiosos, conformando un continuo desde aquellos que los toman al pie de la letra, que serían los ultra-ortodoxos, hasta los más laicos, como ya mencionamos. En el ámbito de las prácticas, segundo aspecto que menciona Durkheim en su definición de religión, existen 613 preceptos religiosos, que atraviesan todos los aspectos de la vida cotidiana de un individuo. “La religión judía es abarcativa, contiene amen de las normas estrictamente religiosas, pautas de higiene, de conducta. El talmud abarca desde álgebra y trigonometría hasta derecho.” plantea un entrevistado del C.C.I.U. Sin embargo, en Uruguay según los judíos más religiosos sólo son cumplibles 214 de éstos preceptos;  de manera que, si bien los elementos religiosos son diversos, aquellos de mayor aceptación y práctica generalizada son el día de descanso (shabbat, sábado), la comida especial (kashrut) y un conjunto de ritos de pasaje que empiezan desde el día del nacimiento (la circuncisión), pasando por el bat/bar mitzvat a los 12/13 años, el casamiento por sinagoga, finalizando con la muerte con un sepelio y cementerio particular. Algunas instituciones cuentan con una figura importante, con una función de educador y guía: el rabino. Su perfil es distinto según la institución a la que pertenece. Suele asociarse con el cura de la religión católica sin embargo, el rabino no es espiritualmente superior al resto de los judíos, sino que tiene un mayor estudio de los textos sagrados (en especial de la Torá). Lo particular de la religión judía es que si bien existe un referente para los practicantes, ningún ritual puede realizarse si no es en colectivo. Durkheim menciona como: “Las creencias sólo son activas cuando son compartidas. Se la puede mantener durante cierto tiempo mediante un esfuerzo personal pero no es así como nacen, ni como se adquieren y hasta es dudoso que puedan mantenerse así indefinidamente” (Durkheim, 1912; 665). Ello es particularmente fuerte en el judaísmo como lo muestra la necesidad de un Minián  (diez hombres) para realizar cualquier rezo, “Yo lo que digo es que el hábito comunitario en el judaísmo es una tradición gregaria, no es una tradición individual, es decir, no puede haber una manifestación judía en una cueva alejada de la realidad. Tiene que ser en comunidad. La conciencia judía es una conciencia que se crea en comunidad.” mencionaba al respecto  el rabino de la N.C.I.

Este conjunto de rituales está basado en lo que Durkheim denomina “representaciones colectivas”, que transmiten un conjunto de valores e ideales compartidos por la colectividad. En la festividad de Pesaj, se come Matzá (galleta de harina y agua) para recordar la historia del pueblo judío que, al huir con prisa de Egipto no tuvo tiempo de dejar leudar el pan. De esta forma, se rememora un momento de sufrimiento del pueblo judío valorando el esfuerzo de sus ancestros por adquirir la libertad que despierta en ellos un sentimiento de unidad y de pasado compartido. Otro valor que se trasmite en esa fecha es el de superación, representado por la tradición poner sobre la mesa una cabeza de pescado, porque es el único animal que nunca va para atrás.  

La mayoría de las festividades y aspectos culturales nacen de una raíz religiosa que con el tiempo se institucionalizan y pasan a ser parte de una tradición que incluso es compartida por no religiosos, como es el caso de algunas festividades, costumbres y tradiciones, por ejemplo el Año nuevo judío (Rosh Hashaná), el Día del Perdón (Iom Kipur), Jánuca, Pésaj (Pascua Judía), tradiciones culinarias, y representaciones simbólicas recién mencionadas.  “La tradición judía realmente tiene que ver con las tradiciones institucionalizadas, claramente identificadas, y yo me integro a esa tradición a través de una práctica. Hay muchas personas uruguayas no católicas, te diría hasta judías, que “festejan la navidad” con un árbol de navidad. Eso es integrarse a una tradición que normalmente lo asocio más con prácticas institucionalizadas, que vienen del pasado. La tradición judía es la suma de prácticas más institucionalizadas que vienen desde miles de años, que han ido tomando distintas formas, a las cuales uno se integra casi simbólica y emblemáticamente. Yo me integro a la tradición judía y la practico a mi manera. Por ejemplo, yo tengo acá los candelabros de Jánuca. Teóricamente hay que alumbrar uno por día de derecha a izquierda, y completás los ocho. Pero nosotros, un día juntábamos a la familia, prendíamos los ocho juntos y ya está. Esto es una tradición que quiero conservar, que los niños recuerden la tradición de Jánuca. Entonces tradición,  es la incorporación a través de la práctica de ciertas vivencias más institucionalizadas y que tienen una raíz más religiosa”, explica a este respecto un entrevistado de la corriente conservadora.

Hay un gran esfuerzo en definir el concepto de cultura, sin embargo no existe un acuerdo entre todos los teóricos, y podemos encontrar una gran variedad de definiciones. Tylor (1871) propone que la cultura es un todo complejo que incluye conocimiento, creencia, arte, moral, leyes, costumbres, y cualquier otra capacidad o hábito que adquiere un hombre al ser miembro de una sociedad. Esta definición implica que la cultura es aprendida y compartida, en lugar de ser innata. Otra definición más acotada y por lo tanto más útil a nuestra investigación, es la de Geertz (1992), que plantea que la cultura son “pautas de significados” que son observables a través del comportamiento, pero no por eso podemos reducirla a éste. La cultura es lo que lleva a una persona a actuar de cierta manera y no de otra, y lo relevante es observar cuáles son los significados que emergen de su actuar. Por lo tanto, la cultura judía no puede reducirse a un conjunto de rituales, danzas, tradiciones, sino que es el todo simbólico y la significación oculta detrás de éste. El autor compara la cultura con una telaraña: por un lado, somos quienes la tejen a nuestro alrededor, y por el otro estamos atrapados en ella: “El hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre.” (Geertz, 1992; 20)  De modo que, la cultura no es una propiedad individual, son códigos, significados y valores compartidos generados por los individuos, que no puede ser controlado por una sola persona, sino que escapa a nuestro control y tiene un poder sobre nosotros. Así, los significados culturales se objetivan en forma de artefactos o comportamientos observables que en la cultura judía se materializa en la música, la danza, particularmente el Movimiento de Rikudim (danza folklórica israelí), teatro, coros y otras tradiciones y actividades, que se realizan regularmente en las distintas instituciones, bajo la forma de talleres, clases y grupos. Un ejemplo es el taller de cocina judía, que mantiene viva la identidad judía.

Por consiguiente, la cultura funciona como diferenciador hacia fuera y como definidor de la propia especificidad construyendo así una identidad propia, marcando una distinción entre un “ellos” y un “nosotros”, que genera un lazo de pertenencia a la colectividad. Constatamos cómo la cultura y la identidad son “una pareja indisociable” y por esta razón utilizaremos en este estudio el concepto de “identidad cultural”.   

La identidad cultural se manifiesta en la interacción, a través de la visualización de si existen o no significados compartidos; es una “identidad de espejo” es decir, que ella resulta de cómo nos vemos y cómo nos ven los demás. Un joven judío nos cuenta: “El hecho de ser judío te hace sentirte un poco diferente de los demás. Es decir, también les pasará a los árabes en el Uruguay y a los de Sri Lanka en Uruguay porque, cuántos hay”. Es en el contacto con otros grupos que se hace visible la identidad, y en el caso de la colectividad judía en Uruguay la frontera es notoria. Sin embargo, en el seno de la colectividad, las fronteras no son tan exactas y definidas, sino que la identidad se vuelve más difícil de acotar y depende de las corrientes ideológicas y religiosas. Manuel Castells plantea:  “Por identidad, en lo referente a los actores sociales, entiendo el proceso de construcción de sentido atendiendo a un atributo cultural, o un conjunto relacionado de atributos culturales, al que se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido.” (Castells, 1998; 28).

A partir de esta definición, sobresale el dilema acerca de la identificación del judío y cuál es el eje en torno al cual se define como tal. Según al atributo al cuál se le de más importancia, podemos observar tres principales formas de definirse como judío. La primera, de origen religioso y sobretodo utilizada por la corriente ortodoxa, es la citada por Ley Judía, que entienden que una persona es judía si es nacida de vientre judío, es decir de madre judía, por lo que es una concepción  hereditaria. La segunda, es la utilizada por el estado de Israel y fundamentalmente impulsada en la Ley del retorno. Ésta dice que una persona es judía si tiene al menos  uno de sus cuatro abuelos judíos. En esta concepción se basan distintas instituciones judías que brindan facilidades para el financiamiento de los viajes a Israel. La última definición, más abierta y abarcativa, es la que considera judía a una persona que se siente parte de ese pueblo y actúa como tal. Es una definición de tipo cultural, bastante más ambigua ya que es difícil definir cuál es la forma de actuar de un judío, porque está sujeta a la subjetividad individual. Para los judíos progresistas, la identidad judía está ligada a una concepción humanista y laica, según la cual, ser judío implicaría modos de vivir, actuar y pensar según una serie de principios de solidaridad, respeto, justicia social, derechos y tolerancia entre otros. Desde esta línea progresista, la identidad judía sería una identidad que se construye en interacción con las sociedades en las que se encuentran insertas las personas judías y no una identidad de carácter exclusivista.   

Este dilema acerca de la conceptualización del judaísmo no es solamente un debate a nivel teórico sino que se manifiesta principalmente en dos situaciones concretas: la adopción y la conversión.  Por un lado, una pareja judía decide adoptar legalmente un niño, lo cría según las tradiciones judías, transmitiéndole sus valores, poniéndole incluso un nombre en idish o en hebreo. Por otro lado, otra pareja judía tiene un hijo que crece en las mismas circunstancias, adquiere el mismo apego a la colectividad y a su identidad cultural. Ambos niños se sienten y viven plenamente su judaísmo, sin embargo, en instancias como Majón, o el Bar/Bat Mitzva entre otras, la colectividad marca la diferencia: el niño adoptado debe obtener un certificado de conversión. En este caso, no importa cómo se autodefinen el niño y la familia o, siguiendo a Castells, a qué atributos les dan prioridad, sino que a nivel institucional predomina la visión religiosa del judaísmo.  Para formar parte integral de la colectividad, al niño adoptado se le demanda casi las mismas exigencias que a una persona adulta que se quiera convertir. En primer lugar se debe obtener la aprobación de una corte rabínica que habilite al niño a ser convertido. Luego, si es mayor de un año, debe hacerse un baño ritual según las normas religiosas. En el caso del varón, es obligatorio realizar la circuncisión, y en caso de que ya la tenga, debe realizarse otra simbólica. Finalmente, la conversión debe seguirse de una instrucción que inspire un amor profundo por la fe. “Yo tengo una familia amiga que adoptó dos chicos no judíos. Militan en un movimiento juvenil sionista   pero nunca se “convirtieron”. Cuando fueron con el rabino de la N.C.I él les dijo: “primero vengan, intégrense a la comunidad y después vamos a ver cómo resolvemos ese tema”. Es una actitud diferente, él no puede cambiar la ley, pero no los va a rechazar nunca.” explica un miembro de la N.C.I.   

En el caso de la conversión del adulto, además de las exigencias mencionadas para el niño, se requiere un estudio profundo del judaísmo y de la Torá que tarda por lo menos un año. “El proceso de conversión "Guiur", consiste en tres pasos. El primero es circuncidarse, en el caso de un hombre; el segundo es sumergirse en una Mikve, el baño ritual; y el tercero es aceptar el cumplimiento de la Torá en su totalidad. Dichos pasos tienen que realizarse ante un tribunal rabínico válido, es decir tres rabinos que aceptan la Torá como palabra Divina y cumplen con sus preceptos en su vida personal” nos aclara un rabino ortodoxo.  En este tema, como en tantos otros, existen matices entre las comunidades, siendo la conservadora más flexible que la ortodoxa, lo que provoca el traspaso de algunos individuos de una comunidad a otra.   

En vista de las exigencias que trae consigo la conversión, observamos que en la realidad no existen conversiones laicas, sino que lleva a la observancia religiosa; los matices en las definiciones del judaísmo se diluyen para dejar la religión como una única opción. Esto puede percibirse como una discriminación en el núcleo de la colectividad, ya que los conversos están obligados a cumplir muchos más requisitos que cualquier otro judío.

 
Una comunidad heterogénea y unida


A pesar de la diáspora, de las dificultades ser una nación sin un territorio propio durante muchos años y del intento de exterminación que han provocado una ramificación y dispersión, el pueblo judío no ha desaparecido, sino que se adaptó a las distintas situaciones, que le dieron un carácter heterogéneo. Esto se ve en la multiplicidad de lugares de origen de los inmigrantes judíos al Uruguay, en la existencia de tres grandes formas de definirse como judío y en la diversidad de concepciones del judaísmo anteriormente desarrolladas; heterogeneidad que también se refleja en la red institucional.  Efectivamente, en la colectividad judía uruguaya existen actualmente alrededor de cincuenta instituciones muy distintas entre sí: en sus objetivos, su número, sus funciones, sus corrientes ideológicas, políticas y sociales. Una anécdota representativa de  esta diversidad es la que se produjo al intentar crear un cementerio judío en Montevideo, como nos cuenta uno de los entrevistados del C.C.I.U: “Los cementerios públicos en el Uruguay hasta 1917 eran católicos. En Montevideo, la excepción era el cementerio británico. Cuando se crean los cementerios judíos en La Paz, se crean cinco: cuatro por cada una de las distintas comunidades y un quinto por la otrora Mutualista Israelita del Uruguay de notoria filiación marxista-leninista.”   

Sin embargo, la existencia de estas diferencias no pone en riesgo la unicidad de la colectividad como podría suponerse intuitivamente. Todas estas expresiones judaicas descansan en una base común, a partir de la cual construyen sus visiones particulares, es decir, los cimientos son los mismos para el judaísmo ortodoxo y para el judaísmo laico, por ejemplo. “Hay para quienes es un sentimiento, hay para quienes es una religión, una nación, hay para quienes es una cultura. Lo que sucede es que cada uno de nosotros, tiene una forma de vida y necesita ser parte de algo. El judaísmo te da una cosa muy fuerte…” comenta un entrevistado de la Kehilá. Todos se erigen sobre tres elementos: la existencia de un pasado y una historia comunes, la visualización de un “otro” común y un enemigo compartido contra el cual se lucha. A continuación analizaremos estos tres elementos en profundidad.  

El judaísmo tiene una historia común, trasmitida de generación en generación durante siglos que está marcada por la persecución. Recordando la observación de Durkheim en su obra “El Suicidio”, entendemos que este pasado de persecuciones es un factor de cohesión. En su origen, este pueblo fue sometido a la esclavitud por los egipcios, y  guiado por Moisés hacia la Tierra Prometida, en un éxodo que dejó en su conciencia colectiva una idea del sacrificio, de la lucha en pro de desarrollar libremente su judaísmo. Desde entonces, obligados a la diáspora y expulsados de España, tienen presente la necesidad y el deseo de mantenerse unidos para luchar juntos y sobreponerse a las dificultades. En sus cinco mil años de existencia, los judíos tuvieron que enfrentarse con muchos obstáculos, guerras y persecuciones; sin embargo, hoy el sentimiento de haber podido sobrepasar esas dificultades genera un lazo estrecho y profundo por esa historia común. Un entrevistado de la N.C.I ilustra muy bien esta idea: “¿Cómo puedo negar yo mi identidad judía cuando todos los hermanos de mi padre menos uno fueron asesinados por los nazis? Yo mismo nací en Bélgica, los vi, sé lo que era y tuve episodios de antisemitismo en mi infancia. Viví con el nazismo en la puerta y por dominar el mundo (…) Entonces yo no le puedo dar la espalda a eso. Hoy el último eslabón de la cadena no quisiera que se cortara acá. Mis nietos lo sentirán o no lo sentirán, no lo sé, y quizás sea omisión mía el que no lo sientan.” Las diversas instituciones también despiertan y fomentan un fuerte sentimiento de pertenencia al pueblo judío, transmitiendo su historia y generando en los jóvenes una conciencia sobre su pasado. A este respecto, un entrevistado del Zhitlovsky menciona: “El judaísmo es una historia común y un futuro compartido.”   

A su vez, por más definiciones que existan, todos se consideran judíos y a pesar de los matices entre ellos, encuentran un “Otro” diferente: el “no judío”. “El hecho de ser judío te hace sentirte un poco diferente de los demás (…) sentía que había determinadas cosas de las que no podía hablar porque no me iban a entender…” explica un joven entrevistado. Por más que cada uno vive el judaísmo y lo manifiesta de diversas formas, sea en una sinagoga o fuera de la red institucional, todos perciben a las personas ajenas a la colectividad como distintos a ellos desde el punto de vista identitario.

Finalmente, y en relación con las persecuciones a las que nos referimos en el primer aspecto, a lo largo de su historia el pueblo judío fue identificando distintos enemigos que fomentaron su unión en la lucha. Lewis Coser explica que la existencia de conflicto con grupos extraños aumenta la cohesión interna y que la identificación de enemigos, ya sean internos o externos al grupo, oficia como factor de unión. En el caso de la colectividad judía, el primer enemigo visualizado contra el cual luchó al principio de su historia, fue el pueblo egipcio; luego el nazismo de la segunda guerra mundial; y recientemente, la guerra en Palestina donde el enemigo es Hezbollah, Hamas y otras
organizaciones terroristas, hecho que reaviva este sentimiento de unidad.

Para analizar estas observaciones resultan claves los análisis de Durkheim con referencia a la solidaridad mecánica y orgánica. Él planteaba que en las sociedades modernas predomina el tipo de solidaridad orgánica, aquella basada en la interdependencia a partir de la división social del trabajo,  frente a la solidaridad mecánica  propia de las sociedades tradicionales y fundadas en la semejanza. “…sabido es el grado de energía que puede adquirir una creencia o un sentimiento sólo por el hecho de ser sentido por una misma comunidad de hombres, en relación unos con otros…”  (Durkheim, 1893;116)   plantea Durkheim acerca de la solidaridad mecánica.

Si bien son tipos ideales, por lo  cual ambas están presentes y nunca se dan en forma pura, en la colectividad judía actualmente resaltan signos de una fuerte solidaridad de tipo mecánico.  De los tres aspectos comunes desarrollados anteriormente –la historia, “otro” y enemigo comunes– nacen mecanismos concretos que revelan las similitudes entre los miembros de la colectividad. Algunos de éstos son los movimientos juveniles a través del enfoque de sus actividades, la existencia de un comité central que unifica a las distintas instituciones, así como talleres y eventos dirigidos únicamente a los miembros de la colectividad.  De esta forma se hace hincapié en las semejanzas, forjando así el sentimiento de pertenencia a un grupo cultural.  
 

Vivir en un marco judío


Dentro de la colectividad existe una red de instituciones que brinda mecanismos de integración a sus miembros, conformando así un marco judío imprescindible para la socialización de las personas judías dentro de su colectividad. Éstas empiezan desde la pequeña infancia con la educación formal que brinda la red escolar judía, pasando por los movimientos juveniles, las organizaciones de jóvenes universitarios, centro de empleo para judíos, organizaciones de beneficencia y hasta casas de salud exclusivas para judíos. La vasta red de instituciones judeo-uruguayas permite el desarrollo del judaísmo en sus distintas vertientes y manifestaciones, es decir: tanto un judío ortodoxo de derecha como uno laico de izquierda, encuentra una institución en la que desarrollar su judaísmo y sentirse cómodo cualquiera sea su manera de vivirlo. Dicho de otro modo, así como existen muchas maneras de ser y sentirse judío existen también diferentes instituciones que responden a estas diversas modalidades.

En Montevideo tenemos tres colegios judíos: Integral, Ariel y Yavne, con características particulares respecto a la influencia religiosa que cada uno imparte, pero en conjunto conforman una red escolar de educación formal, que está integrada al C.C.I.U y recibe gran apoyo del departamento de educación de la F.A.C.H. Luego tenemos los movimientos juveniles (tnuot) que están dirigidos a personas de entre cinco  y dieciocho años. Éstos son, junto a la educación formal judía y la familia, el marco de socialización por excelencia: “El niño no internaliza el mundo de sus otros significantes como uno de los tantos mundos posibles: lo internaliza como él mundo, el único que existe y que se puede concebir (…) Por esta razón el mundo internalizado en la socialización primaria se implanta en la conciencia con mucha más firmeza que los mundos internalizados en socializaciones secundarias.” (Berger y Luckmann, 1968; 171)

Los objetivos de estas instituciones son: contribuir a la lucha contra la asimilación, ser el nexo entre la juventud uruguaya y sus familias y el Estado de Israel, educar e incentivar la emigración a Israel, brindar educación judía sionista no formal y formar personas críticas, responsables y comprometidas con su entorno . Allí, los niños y adolescentes tienen un espacio semanal donde compartir con otras personas, también judías, aprendizajes de contenidos que van desde valores universales compartidos, hasta temas más concretos acerca de la historia del pueblo y el antisemitismo. La característica de diversidad existente en la colectividad se refleja en los movimientos juveniles, ya que actualmente hay en Montevideo ocho movimientos de perfiles distintos. Éstos se pueden ordenar según su filosofía-ideología en un continuo de derecha (Betar) a izquierda (Hashomer). Por otro lado,  el único religioso (ortodoxo) es el Bney Akiva y los demás son seculares (Hanoar, Dror, Israel Hatziera, Macabi y Jazit). Si bien existen matices entre los distintos movimientos y en cómo se definen a si mismos, todos forman parte de una visión juvenil fuertemente sionista y por tanto, se agrupan y responden a la Federación Juvenil Sionista, que ha sido mencionada anteriormente.

Las tnuot tienen gran importancia a nivel mundial porque se consideran el corazón de la comunidad judía ya que los jóvenes son los que tienen la responsabilidad de la continuidad. Es llamativa la gran participación que tienen los judíos uruguayos en dichos movimientos. Se estima que el 70% de la población en edad potencial para asistir a las tnuot, efectivamente lo hace. Generalmente, existe un incentivo por parte de la familia para que sus hijos concurran a un movimiento juvenil, para que el niño cree vínculos con personas judías, aprenda acerca de su pueblo, y adquiera la identidad del grupo, evitando así la asimilación y promoviendo la continuidad judía. “La probabilidad de contar con una fuerte proporción de amistades intimas judías varía sustantivamente”  de acuerdo a la asistencia a los movimientos. Hay que tener en cuenta que el 81% de las personas que asistieron durante cuatro años o más a una tnuá tienen la mitad o la mayoría de amigos judíos, mientras que el 50% de los que no asistieron tienen la misma cantidad de vínculos dentro de la colectividad.

Es así que desde la edad escolar hasta aproximadamente los veinte años, muchos de los jóvenes judíos crecieron en un entorno exclusivamente judío sin demasiado contacto con otras actividades, a no ser que sus padres expresamente lo impulsaran. Es el caso de una madre que al hablarnos sobre la crianza de su hijo menciona la importancia que le da a otras actividades que le hace desarrollar por fuera de lo institucional de la colectividad, para evitar lo que observa en otros chicos judíos: “No puede ser que tu grupo de club sea judío, tu grupo de estudio sea judío, que tu grupo de viaje sea judío, todo judío, y no puede ser porque son siempre las mismas caras.” Otra madre refiriéndose a sus hijos dice: “Ellos van a un colegio doble horario, y el más grande va a jugar al básquetbol al Tabaré. Yo tampoco los encierro en una burbuja, de que vos sos judío y nada más. Lo mando al básquetbol a otro lado a propósito, para que tenga vínculos con otra gente, uruguayos, que no sean judíos, y que tengan una vivencia más allá de lo que es el judaísmo”.

Entonces, es alrededor de los veinte años -cuando se termina el ciclo en los movimientos juveniles, se entra a la universidad y/o se consigue un trabajo- cuando se ve amenazada la continuidad del judaísmo. La universidad, el trabajo y la búsqueda de la pareja, muchas veces son los primeros ámbitos de socialización por fuera del marco exclusivamente judío, lo que hace que esta etapa sea un punto de inflexión clave en la vida de todo joven. “En los comienzos de cada uno, fue la familia la que decidió a donde te ibas a educar, no elige el niño. Hasta que el niño va creciendo y empieza a  tener sus opiniones aún así el padre y la madre siguen resolviendo por él. En la adolescencia hace eclosión toda esta situación pero cuando terminan la secundaria y se tienen que ir sí o sí al mundo general, empiezan a encontrar una autonomía de vuelo y unas definiciones que pasan por etapas donde tienen mayor incidencia. Y en el caso judío todavía tiene un elemento más. Que el mandato fue tan expreso, el encierro o la sensación de encierro es tan ostensible, que cuando uno tiene ese momento en el cual te abrís a todo un mundo, todo lo que signifique identificarlo con el mandato familiar lo rechazan. Y en ese espacio es donde la gente empieza a perder contacto cotidiano con la vida judía, algunos se van, otros cuando se casan y forman familia se reintegran dentro de la actividad comunitaria”, dice uno de nuestros entrevistados de la Kehilá. A modo de ejemplo, resultan pertinentes los comentarios de un joven judío: “Cuando se produce el fin de la etapa de tnuá  y el comienzo de la etapa universitaria, se vislumbra la gran  falla de nuestra comunidad. Sin un marco comunitario al cual pertenecer y donde activar, los jóvenes nos vamos alejando de a poco de las instituciones, enterándonos cada vez menos de las cosas, perdiéndonos entre la sociedad.”    

Este debilitamiento del marco institucional es importante justamente porque sucede en una etapa en el ciclo de vida donde las personas toman decisiones que pueden reafirmar su identidad judía o diluirla. Dentro del conjunto de decisiones es clave la elección de una pareja: “El dilema de los jóvenes está entre enamorarse de alguien de la comunidad o no.”  A este respecto, a medida que pasan los años, se va tornando una decisión más compleja, ya que cuando se quiere formar una familia, el hecho de que la pareja sea judía o no, se vuelve decisivo. El haber estado tantos años en relación con personas judías y haberse formado en un marco judío hace que ciertos jóvenes no se cuestionen si quieren tener una pareja judía; espontáneamente se juntan con gente de la colectividad. Otros jóvenes sienten el judaísmo como una responsabilidad, como una carga histórica, y por lo tanto sienten la obligación de formar pareja con una persona judía. Para ellos, existe una serie de mecanismos que permiten la búsqueda de pareja dentro de la colectividad, como “Cupido jai” y “Buscando pareja en la cole”. Estos mecanismos tienen “como objetivo central facilitar que se conozca la gente dentro de la cole entre sí, crear una comunidad virtual mundial que busca pareja judía para que pueda formar un hogar judío”.  Ambos mecanismos, llaman la atención por su carácter explícito, sin embargo, también es importante tener en cuenta, otros mecanismos implícitos en la dinámica de la colectividad judía, como la influencia familiar y los vínculos de pares generados en la etapa de tnuá. A veces, la elección de la pareja tiene un contenido racional, que gira en torno a la crianza de los hijos, en la medida que el judaísmo tiene muchas reglas, tradiciones y rituales, que son transmitidos a través de la familia, y que requieren un acuerdo.

Viendo la importancia que tiene el marco institucional en la continuidad del judaísmo, hace pocos años se han creado instituciones que amparan esta franja de edad entre dieciocho y treinta años: Hillel, Hagshamá y la recientemente inaugurada Beit Scopus.  Éstas intentan continuar con ese marco de socialización. “Hace muy pocos años, algo mas de seis, un pequeño grupo de dirigentes comunitarios asumiendo algo que hoy parece obvio –que los tiempos han cambiado, y por lo tanto las prioridades comunitarias deben también cambiar– decidieron crear una institución que contemplara las necesidades de una franja etaria clave para el porvenir judío,… aquella que va desde los dieciocho a los treinta años.”   El papel de estas instituciones puede analizarse desde varios puntos de vista: en primer lugar se las puede ver como marcos formales que continúan acompañando a las personas judías en una etapa distinta de sus vidas; y en segundo lugar, también pueden verse como una forma, explícita o implícita, de favorecer el contacto y relacionamiento de las personas judías entre sí; por un lado, garantizando la continuidad del judaísmo y por el otro, enfatizando la separación que existen entre las personas que son judías y las que no.
 
Figura 2. Instituciones para jóvenes y red de educación formal en la colectividad.

En conclusión, la etapa entre los dieciocho y treinta años es crucial tanto para los individuos como para el futuro de la comunidad; cuando la disyuntiva de si casarse por sinagoga o no, o la posibilidad de afiliarse a alguna de las cuatro comunidades se plantea con ímpetu, ya que ello puede significar un regreso a la red institucional. Para Rafael Porzecanski, este último actualmente depende del deseo que los jóvenes sientan de mantener su identidad y de la apertura que la propia comunidad logre tener hacia modelos familiares no tradicionales como son los crecientes matrimonios mixtos. Por más que se creen instituciones para llenar el relativo vacío es inevitable impedir el descubrimiento de ámbitos no judíos. Por lo tanto la continuidad del judaísmo no depende sólo de una red institucional y de lograr incluir la mayor cantidad de miembros, sino también de los jóvenes mismos y de las oportunidades que ellos encuentren fuera de la colectividad.

 
CONCLUSIÓN

La colectividad judía en Uruguay tiene muchos aspectos que la vuelven ineludible al estudiar el multiculturalismo en el país. Como vimos, es una cultura milenaria, con orígenes religiosos, y que a lo largo de su historia se ha ido diversificando. Obligados a la diáspora, los judíos desarrollaron paralelamente importantes mecanismos de adaptación al entorno y de preservación y continuidad de su identidad. Si bien la colectividad judía uruguaya presenta muchos aspectos de interés, en este artículo nos hemos detenido en la conceptualización del judaísmo y sus repercusiones en temas como la adopción y la conversión, en el fuerte sentimiento de pertenencia a pesar de la heterogeneidad que los caracteriza, y en el fuerte marco de socialización judío y el dilema que se plantea en la entrada a la vida adulta. Es importante el aporte de la sociología en el estudio de las distintas colectividades y en la construcción de una sociedad que valore la diversidad cultural.

 
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