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Javier Gurin

Javier Gurin

    Javier Gurin pertenece a la comunidad de descendientes rusos del Uruguay, ubicada mayoritariamente en San Javier.

Entrevistador/a: No sé si eran tus padres o tus abuelos los que llegaron acá. Contáme un poco.
Javier: No, eran mis bis abuelos. Mi abuelo por parte de padre fue uno de los primeros que nacieron acá; él nació en el 13 o en el 14 (abuelo por parte de padre). El abuelo por parte de madre sí, ya nació bastante más adelante, y tampoco fue de los que estuvieron siempre en San Javier. Acá vinieron un grupo grande; en un mismo viaje vinieron a Uruguay: algunos quedaron acá y otos se desparramaron por el resto del país.

Entrevistador/a: ¿Y qué te contaban tu abuelo o tu padre? ¿Qué era lo que te contaban de esa época, de cómo vinieron, de por qué vinieron? ¿Qué sabés?
Javier: Muy bien la historia del momento de venir no la sé, porque, ya te digo, ellos fueron de los que se quedaron. Después, con el tiempo, conversando con gente conocida, muy mayor, que trabajaron con mi abuelo […], dicen que los primeros años fueron complicados. Ellos […] vinieron sin nada; además venían con otra estación; lo que trajeron para sembrar era de otra estación. Dicen que los primeros años fueron bastante complicados. Ellos siempre dicen que estaban muy agradecidos a las ciudades que estaban cerca, más que nada a Young (nunca supe por qué más a Young que a Paysandú, por ejemplo). Pero ellos contaban historias sobre que la habían pasado bastante mal al principio. Hasta que se ubicaron, hasta que más o menos se organizaron fue todo bastante complicado. Entonces, siempre contaban que estaban muy agradecidos con Young. Después, tengo historias que me contaba mi padre que le contaban los abuelos de él.

[El hijo menor nos dice: "no hagan ruido", ya que él estaba mirando los dibujitos de la mañana del domingo]. [Risas]

Entrevistador/a: ¿Qué te contaban?
Javier: Yo lo vi […] siendo chico… La gente iba en carro a llevar mercadería a Paysandú; un viaje más que común. Acá, ahora, hay rutas, hay rutas de buena calidad, se puede andar en vehículo y todo. Hasta que yo tuve doce o catorce años, los accesos eran de tierra. El acceso a Paysandú es nuevo (tendrá diez años). Antes era todo de tierra, se salía cuando se podía. Yo recuerdo haber visto gente ir en carros a Paysandú, y era un viaje largo. Y recuerdo historias […] de todos los viajes que tenían, dónde paraban, cómo repartían, cuando se les escapaban los caballos en pleno Paysandú y tenían que andar corriéndolos [risas], ese tipo de cosas que ellos pasaron, esas vivencias, curiosidades, más que nada.

Entrevistador/a: ¿Y qué iban a hacer a Paysandú?
Javier: Llevaban frutas, llevaban verduras, principalmente verduras; acá eran mucho [sic] del zapallo, boniato, y ese tipo de cosas.

Entrevistador/a: ¿Y hacían trueque o usaban plata?
Javier: No, no sé cómo fue al principio. Pienso que al principio debe haber sido en forma de trueque. Ellos no conocían el idioma; era bastante complicado. Pero después sí, después ellos iban a vender. Así como salir de acá era difícil, por el camino, venir a comprar acá era muy complicado. Ellos tenían una cooperativa acá, que funcionaba muy bien en su tiempo.

Entrevistador/a: ¿Te contaron algo de cómo funcionaba la cooperativa?
Javier: Yo […] la había visto funcionar como un almacén común y corriente, porque ya no funcionaba como una cooperativa. El molino ya no funcionaba. Tengo treinta y tres años; no puedo haberla visto. Mi otro abuelo (mi abuelo por parte de madre) fue gerente de la cooperativa. Entonces, algunas historias él me contaba, de cuando empezó a trabajar en la carnicería, que entró más que nada como "traductor de cuentas" [risas]. ¡Claro!, porque el carnicero sólo hablaba en ruso y […] había mucha gente que tenía apellido de acá, que eran españoles, de descendencia española. Entonces, él [el carnicero] […] escribía como sonaba, y mi abuelo se encargaba de traducir esos anotados [sic]: cuánto debían y cuánto tenían que pagar, y todo eso, traducir los nombres y los apellidos. Era uno de los primeros que había hecho la escuela, entonces, sabía el idioma español bastante bien y había aprendido el ruso de sus padres.

Arrancó ahí. Después pasó por todos los escalones hasta llegar a la gerencia; fue uno de los últimos gerentes que tuvo la cooperativa. Pasó toda su vida en la cooperativa […]. Contaba historias de que, en sí, lo que hacía la cooperativa era amortiguar todo lo que eran gastos. Le daban mercadería a la gente entre una cosecha y la otra, y cuando llegaba la época de la cosecha, la gente traía toda su cosecha a la cooperativa. La cooperativa se encargaba de cobrar su cuenta, de vender el resto que quedaba. Funcionaba de esa manera, no con dinero en la mano. Pero la cooperativa se encargaba de proveer todo ¿no? […]. Contaban (terceros) que tenía prácticamente todo la cooperativa. Proveía semillas, proveía alimentos, proveía los pocos agroquímicos que había en la época. Era el centro del comercio. Se encargaba de todo lo que eran impuestos, todo lo que era pago de impuestos a partir de esas ganancias. Tenían un camión bastante nuevo. Ya después más adelante, que se encargaban de todo lo que era llevar mercancía a Montevideo y de traer mercadería para el almacén, era un almacén muy completo, con ropa, calzado, con todo lo que quisieras.

Entrevistador/a: ¿Qué te contaron o qué sabes de la religión?
Javier: En mi familia, esa [la religión] fue una de las razones por las que se desparramaron por el país. Acá se cree que todos los que vinieron, vinieron por religión. En realidad, el grupo más grande vino por religión, pero muchos vinieron por el hecho de buscar un lugar diferente para vivir y no por religión. Y hubo, como en todos los lugares, quienes estaban de acuerdo y quienes no estaban de acuerdo. Y entonces, tenés la historia de los que estaban de acuerdo y la historia de los que no estaban de acuerdo. Yo llegué a ver gente peleándose por lo que era la religión antes. Yo qué sé...

Entrevistador/a: ¿Tus bisabuelos no fueron los que vinieron por la religión?
Javier: No, mis bisabuelos no vinieron por la religión. Nunca me lo dijeron explícitamente, pero por los cuentos que hacen… Mi bisabuelo era carpintero; mi otro bisabuelo era mecánico. Los dos abuelos míos, tanto por parte de padre como por parte de madre, nacieron en Trinidad, eran los dos del mismo lugar; las casualidades… No se conocían las familias […]; se encontraron que eran del mismo lugar cuando mis padres se conocieron.

Entrevistador/a: O sea, tus bisabuelos llegaron a San Javier y después se fueron a otra parte del Uruguay, a Trinidad, por ejemplo… Y ahí nacieron tus abuelos.
Javier: Sí, mis abuelos (abuelos varones, por parte de padre y de madre). Trabajaron bastante tiempo ahí [en Trinidad]. Mis abuelos, por parte de padre, fueron a trabajar como mecánicos en los frigoríficos del Cerro, en Montevideo. Por lo que me contaron, parece que fue muy difícil la crisis económica (supongo que habrá sido la del 29). Y entonces, volvieron al pueblo de nuevo, porque ya no se podía vivir en Montevideo, estaba muy complicado. Y mi bisabuelo vino como mecánico de los primeros motores diesel, que había en el molino. Mi abuelo cuenta que ellos volvieron a la casa de unos primos que estaban en el campo. Me cuenta mi padre de cosas que le contaban a él, pequeñas cosas de cuando ellos iban a Montevideo. Una de las ultimas veces que fueron a Montevideo con mi abuelo, ya mayor, ¿no?, […] iban en la camioneta, por una cuestión del taller, y el abuelo dice: "si tenés un ratito, vamos al Cerro" y le mostraba la cancha de Rampla. Y dice: "mirá, yo en estas playas juntaba carbón, que era lo único que teníamos para calentarnos". Cuenta que dos por tres se ponía bastante melancólico. Sí, parece que sí, parece que había sido grande la crisis y volvieron. Y cuando volvieron a San Javier se encontraron con una realidad diferente en el campo, que nunca faltaba qué comer, que nunca faltaba con qué abrigarse, con gente muy unida, y ese tipo de cosas. Se acordaba mucho del fútbol. Mi abuelo, por parte de padre, jugaba al fútbol; siempre decía que fue lo que más lo mantuvo junto a la gente de San Javier.

No me acuerdo mucho de él, ya era muy mayor, porque cuando él falleció yo tenía la edad de Santiago [se refiere a su hijo mayor, de unos ocho años]. Pero seguimos teniendo un muy buen trato con los compañeros de fútbol de él; contaban historias y esas cosas. Más que nada fue por terceros que yo fui conociéndolo. Y es como todo, hubo tiempos buenos y tiempos malos. Me contaba mi otro abuelo cómo funcionaba el molino; me llevaba allá cuando el molino estaba cerrado […]; él tenía llave y me mostraba. Me acuerdo de una escalera caracol, que me hacía subir, y para mí era toda una novedad.

Entrevistador/a: ¿Qué edad tenías?
Javier: Siete u ocho años, no más de eso. Me mostraba la fosa donde estaba el motor, la refrigeración.

Entrevistador/a: ¿A esa altura ya no funcionaba más el molino?
Javier: No. El molino dejó de funcionar… Yo no era nacido y dejo de funcionar [sic].

Entrevistador/a: Volviendo un poquitito para atrás. Me contabas que viste personas pelear por el tema de la religión. ¿Eso es reciente o no?
Javier: No, no. Ahora, lo que nosotros sabemos de la religión es por terceros (ya somos cuarta generación), por gente que todavía queda, muy mayor […]. Unos lo ponen a Lubkov, el líder que los trajo, como lo mejor de lo mejor, y otros dicen que no, que era una persona común y corriente, con sus cosas buenas y con sus cosas malas. Y hay gente que no acepta que haya tenido cosas malas, porque lo tenían tan como... Y uno empieza a juntar de todos lados y saca una conclusión muy objetiva, dentro de todas las subjetividades que me contaron: [...] tenía sus cosas, como toda persona a quien le den el poder de todo; tenía sus idas y vueltas.

Entrevistador/a: Y de esas idas y vueltas, ¿qué sabes vos?
Javier: Cuentos, cuentos de cómo manejaba el dinero. Cuentan que se llevó parte del dinero que era de la gente; se lo llevó en la última ida, cuando se fue. Una de las crisis grandes que pasaron se dice que fue por eso, por maniobras, generalmente, con dinero. Hay otras [risas],  pero esas me las reservo […]. Decían que era muy mujeriego [risas], pero ahí yo no sé qué tanto fue eso; [el rumor] puede herir a mucha gente. No sé, hay cosas que tampoco me cierran mucho.

Mi padre me cuenta que los velorios y los entierros son muy diferentes acá, y yo, por ejemplo, después me fui dando cuenta, cuando fui a otros lugares a verlos, que acá uno se acostumbra. Los llevaban caminando [a los muertos], cantando; no festejaban ni celebraban, pero lo tomaban como algo muy natural. Yo llegué a ver los de los últimos que iban quedando (ya de las edades de mis bisabuelos, personas de noventa u ochenta años). Acá, en general, es común que la gente muera con mucha edad; la longevidad es muy marcada. Y esas personas muy mayores que morían, aunque no fueran religiosas, siempre iban [acompañadas] por cantos en ruso. Atrás, despacito, caminando, iban las personas muy mayores; lo llevaban [la gente al cajón] caminando desde la salas velatorias hasta el cementerio. Yo llegue a verlo. Y después fui viendo que en otras ciudades no: lo cargan, lo llevan y lo entierran, y es muy frío. Acá […] lo tomaban como algo más natural. Según me dijeron, es propio de las zonas de donde venían. Ya hay muchas influencias, ya hay muchas generaciones en contacto con el exterior, más allá de que hay muchas costumbres que se mantienen. Hay mucha gente que ya tiene otra forma de pensar, que viene de otros lugares. En San Javier queda muy poca gente que mantenga esas costumbres. Pero se ve todavía en algunas personas mayores: se ve todavía que […] se carga en la pompa […]. Todavía algo chiquitito va quedando. Nosotros estamos acostumbrados a verlo acá, porque somos todos conocidos; quien más quien menos tiene algún conocido a quien le pasó algo […].

Entrevistador/a: ¿Y en tu casa se hablaba ruso cuando eras chico?
Javier: Mi padre entiende ruso; mi madre entiende ruso también, pero no lo hablan. Porque en la casa de ellos los padres hablaban en ruso; tampoco hablan en ruso, hablan una mezcla de ruso con el español. Usan los artículos cortos del español con las palabras complicadas del ruso, entonces, vos los escuchas hablar y no se les entiende el español que hablan, ni los rusos cuando vienen entienden lo que hablan [risas]. Así como el portuñol en la frontera. Bueno, así es acá. Fueron adaptándose sin darse cuenta, supongo.

Entrevistador/a: ¿Tus padres ya fueron a la escuela acá?
Javier: Sí, sí, mis abuelos también. Mi abuelo por parte de madre seguro que fue a la escuela acá, porque él siempre contaba que hizo quinto y sexto acá. No sé mi abuelo por parte de padre.
Escuela hubo acá enseguida; una de las primeras cosas por las que se preocuparon fue por hace una escuela. Siempre contaban la historia de que la escuela la hicieron en un campo lejos, de Puerto Viejo para adelante. Y después nunca supe por qué, y no me supieron explicar por qué se vinieron para este lado […]. Posiblemente, como eran cascos de estancia (había tres cascos de estancia), puede que se hayan equivocado de casco […] donde establecer el pueblo. Mi opinión, sin saber mucho de historia… Capaz que hay alguien que sepa. Pero se contaba que no sabían cómo sacarla, estaba armada de chapa (la escuela); dicen que la cargaron arriba de dos carros y que la trajeron arriba de dos carros [risas]. Imagináte, por caminos de tierra y piedra.

Entrevistador/a: ¿La desarmaron?
Javier: No, no la levantaron. La desenterraron del piso y la trajeron en carro armada. Era chica; eran muy pocas familias. Si vinieron en un barco, no deben de haber sido muchos niños los que vinieron tampoco. Mi abuelo contaba que hizo hasta sexto y que hizo sexto de nuevo, porque lo único que había era la escuela. Entonces, lo tuvieron un año más como ayudante de la maestra (los que salían de sexto ayudaban a la maestra).

Entrevistador/a: ¿Y tus padres también?
Javier: Sí. Incluso hicieron el liceo. Mi padre fue de la primera generación del liceo en San Javier. Era un liceo no reglamentado, entonces, la gente de acá, en forma honoraria, les daban clase. Maestras, gente que sabía algo, que tenía estudios en otros lados venía, les daba clase, los preparaba todo el año y después daban clase en Berlín, iban a dar exámenes a Berlín, para acreditar los cursos. Ya después del segundo o tercer año eran profesores de acá; venía gente de Berlín, tomaban una prueba y todas esas cosas, pero ya lo hacían todo acá.

Entrevistador/a: Y vos, que sos de la cuarta generación, ¿hablás ruso?
Javier: No nada. De mi generación deben ser muy pocos lo que lo hablan. Posiblemente, alguien del campo puede estar hablándolo. Yo, no. Yo nací en el 73 [silencio]. Nací en dictadura. Y la dictadura era bastante complicada. Me parece que por protección no nos enseñaron el ruso.
Y después, cuando lo quisimos aprender, no hubo gente que lo hablara. En estos momentos son muy pocos lo que lo hablan bien. Es decir, hablarlo capaz que si [hay quienes lo hablan] (mi abuelo leía revistas en ruso, entendía y sabia cada letra). Pero lo que es estrictamente el idioma, cómo escribirlo de forma correcta, las palabras, qué es cada cosa, es bastante difícil. Y a nosotros no nos enseñaron; a mí no me enseñaron. Mi hermano más chico, después, con el tiempo, fue un año con una profesora de ruso que le enseño algunas cositas como para entender […] lo que le hablan. Mi padre y mi madre entienden bastante bien el ruso; no lo hablan pero lo entienden.

Recuerdo, de chico, venían acá los que están en la colonia (nosotros les decimos "los barbudos", que son de la zona más cercana a China). No tienen nada que ver con nosotros, pero por proximidad y por el idioma parecido, venían. Venían […] sin entender casi nada de español […]. Tenían algunas costumbres raras: se casaban y había que regalarles una vaquita lechera para la descendencia, para el alimento. ¡Yo qué se! Ellos tenían unas costumbres medio raras. Y entonces, ellos iban a casa a comprar justamente eso, y entre el poco español que ellos sabían y el poco ruso que hablaba mi padre, a señas se entendían [risas]. Pero ahí entendí que ellos sí sabían y entendían. De repente, gente muy mayor está hablando al lado de ellos, se sonríen porque aquéllos hablan como si los otros no lo entendieran, y los entienden.

Entrevistador/a: ¿Y qué costumbres se mantenían cuando eras chico? ¿Alguna comida, alguna tradición?
Javier: Se siguen manteniendo. Por suerte, ya después de todo aquel problema [se refiere a la dictadura], del 85 en adelante se volvió de a poco, con mucho recelo, otra vez a lo cultural. La cultura de la comida siempre se mantuvo, porque no  te pueden… No hay forma de evitarlo. Pero se empezó sí con lo que es el baile. Ahora, en este tiempo, está muy de moda traer artistas; vienen bastante seguido embajadores, asesores culturales... Desde ese punto de vista está bastante movilizado [San Javier], más que nada en baile y música. El grupo de baile se ha preocupado bastante, ha trabajado muy bien, está saliendo, está haciendo presentaciones en todo el país, tiene muy buenos premios (han sacado el año pasado y el anterior). Y lo que es comida, siempre [se continuó]. Por lo que me cuenta mi padre, siempre fue igual. Cada vez que salía una gira de políticos, ¿dónde paraban al mediodía? Y sí, en San Javier [risas]. Siempre decían que era el lugar más lindo y en donde se comía mejor.

Entrevistador/a: ¿Y qué comían?
Javier: La comida del pueblo es la comida que trajeron los que vinieron; fueron cambiando algunas cosas con la influencia de la gente de acá. Son comidas con muchas calorías, porque ellos venían de zonas muy frías, y cambiaron de clima pero no cambiaron la manera de comer [risas]. Por eso, la mayoría son gordos acá. Y son comidas "de crisis". Porque acá la gente viene a comer y dice: "¡qué comida rica!", pero en realidad la comida de ellos es comida "de crisis": comidas con muchas verduras, que se producen en cantidad y con pocos cuidados. Con el dulce de zapallo dentro de la masa del pan se hace lo que se llama el piro. Las empanadas, en vez de rellenarlas sólo con carne, se rellenan con papa o con una mezcla de papa y carne o con una mezcla de boniato y carne, incluso con repollo (son verduras muy clásicas, muy resistentes, muy fáciles de producir y muy baratas, sobre todas las cosas).

La comida rusa es muy barata, es una comida "de crisis". El shaslik ahora lo hacen con cordero o borrego; en realidad, es con carne de oveja que se hace, de oveja vieja, que ya no sirve para otra cosa. Me contaba una persona muy mayor que le habían contado los padres que (no sé cuánto tendría de cierto; habría que averiguarlo) el shalik, la carne que se hace con cebolla y limón, […] en pinchos, era la comida que se hacía con la oveja, antes del invierno. El invierno no lo iba a poder pasar adentro de un galpón [la oveja]; se sabía que se iba a morir, entonces, […] la mataban, la cortaban en pedacitos, le echaban sal, cebolla y la ponían adentro de baúles. Como era una zona de mucho frío, los dejaban afuera no más, entre la nieve. Entonces quedaba todo tapado de nieve y el que pasaba y precisaba comer, entraba, sacaba lo que precisaba comer y lo ponía en el fuego. Cuentan que en la propia espada lo cocinaban, y que después, con el tiempo, le fueron agregando condimentos. Según me dijo él, cuando uno de los zares se casó con una francesa, los franceses dijeron: "¡cómo van a cocinar sólo con esto; hay que ponerle condimentos!". Así le fueron agregando. No sé cuánto tiene todo esto de cierto y cuánto le fueron agregando […]. Nosotros estamos acostumbrados a hacerlo no con cordero; el cordero es para el que viene de afuera. El que crió ovejas, usa una oveja. Como se tiene casi doce horas en limón y cebolla, eso ya casi sale cocido; antes de ponerlo en el fuego ya está casi cocido; hacerlo lleva casi quince minutos. Por eso, por más dura que sea la carne, sale re blandita. Así son también las comidas con pescado.

Entrevistador/a: ¿Qué comidas con pescado nos podes contar?
Javier: El río ayudó muchísimo, hasta ahora lo siguen usando. El pescado clásico de San Javier es un pescado que se hace con vinagre; hay dos. Los gringos (los rusos) lo llaman zirovka. Uno: se pone el pescado en vinagre con un montón de condimentos y sal, por sobre todas las cosas, y se dejan en botellas cerradas, en frascos herméticos cerrados. Entonces, el vinagre se encarga de disolver la espina. Se hace con los pescaditos chiquitos, que tienen mucha espina que no se puede comer; entonces, lo ponen ahí y el vinagre disuelve la espina […]. Es una forma, no es crudo, no se cocina al fuego. Hay otro [tipo de receta]: se hace con pescados de muy poca espina, generalmente con pati. Se deja con sal unos días en la heladera (la sal cocina el pescado), después se prepara doce horas antes de comerlo con cebolla y algún que otro condimento, y se come crudo. Mi esposa, cuando vino una vez, dijo: "uácala, ¡¿como comen eso?!". Y después, con el tiempo, fue probando y no le resultó tan feo. Se usa mucho el pescado ahumado: salarlo y después ponerlo al humo […].

Todo lo que fue "salida de mercadería" debe haber sido, hasta la década del 50 y 60, por puerto. Teníamos el último puerto ultramarino del Río Uruguay. Era complicado sacarlo por otro lugar; lo sacaban por agua. Y en el transporte se van volcando semillitas al agua y, entonces, contaban que la pesca era facilísima (hasta aburrida era, porque decían que uno iba, tiraba el anzuelo,  sacaba el pescado y se iba; ni gracia tenia pescar). Mi abuelo me contaba cómo hacían para llevarlos. Si vos te fijás, acá en el puerto, en el granero de piedras, hay salidas de vías, que no siguen hasta abajo porque esa calle se hizo nueva. Pero si ves en el puerto, contra el río, en la parte que está sana, están las vías de entrada y salida: son vías de vagoneta, bien chiquititas. Cuentan que llenaban una vagoneta con una determinada cantidad de bolsas y la soltaban cuesta abajo, y […] con el propio peso se ahorraban el trabajo de moverlas hasta allá. Iba un burrito atrás, entonces, mientras descargaba todo, llegaba el burrito, enganchaban el vagón y el burrito se encargaba de llevarlo vacío hasta arriba nuevamente.

Había tres viajes a la semana por barco a Paysandú; había un barquito acá que transportaba gente a Paysandú. También, era la forma de comunicación; si no era en carro, era en barco. Por lo que ellos contaban, era industrialmente muy movido el pueblo. Era muy emprendedora la gente que había. Tenían una filosofía muy particular: todo se podía hacer. Mi abuelo decía que la gente no podía decir: "esto no se puede hacer"; tenés que decir: "yo no puedo hacerlo". Pero alguien lo iba a hacer, porque alguien se iba a tomar el trabajo. Esa era la filosofía que tenían todos, por lo que uno fue viendo después. Construían, y si tenían que juntarse, se juntaban a trabajar el año entero. Y trajeron un montón de técnicas de trabajo.

Había un viejito, don Andrés Semiking, uno de los últimos que quedaron de la misma generación que mi abuelo, que me contaba muchas de estas cosas. Trabajaba en la chacra. Él contaba que ellos sembraban y que después se juntaban todos para cosechar, porque había una maquina que era fija. Entonces, tenían que segarlo al trigo y acarrearlo en carro, y llevarlo hasta la maquina. Y se juntaban todos los vecinos en una chacra y de pronto estaban un mes en un campo, y el dueño del campo se encargaba de darles de comer, todo. También, el trabajo cooperativo no sólo lo hacían para plantar; ellos trabajaban en conjunto y terminaban de sembrar, y en todo ese monto de paja que quedaba al lado de la cosechadora, se plantaba papa (porque la papa necesitaba mucho fertilizante) […]. Estamos hablando de sesenta años atrás […]. La técnica que usaban ellos era la técnica vertical, que se usó hasta hace poquitos años, de cinceles sin vertedera, sin invertir el terrón de tierra. No había erosión; la materia orgánica se descomponía en forma correcta.

Generalmente, se dice: "los que vienen de afuera no saben nada". En realidad, venían con muchos conocimientos, mejores a los que había acá. Acá, la agricultura casi no se conocía; ellos fueron uno de los primeros agricultores. Se preocuparon por sembrar, y […] de elaborar esa materia prima. Llegaron, incluso, a exportar harina y aceite. Dice la gente mayor que el aceite de ahora no sirve, porque no tiene gusto; ellos decían: "nosotros, cuando salía el aceite de primera prensada […] se comía y era como comer girasol". Es otra costumbre nuestra, la de comer girasol.

Entrevistador/a: ¿Y vos, cuando eras chico, dónde viviste?
Javier: Yo viví siempre en un campo. Yo nací acá, en San Javier, y vivo acá en San Javier, y tengo esperanzas de seguir viviendo acá. Me encanta el lugar. Me encanta todo; no es sólo el lugar físico, es todo lo que me rodea: mi historia, los cuentos… Yo te voy contando hora y me voy acordando de cada uno de los lugares donde me los contaron, de la gente… No sé, le tira un poco a uno ser de acá. Viví en el campo. Bueno, cuando yo nací era campo; ahora está bien al borde del pueblo. Yo fui una persona común, del pueblo, pero que vivía en un campo. Iba a la escuela caminando; no tenia que andar a caballo, vivía muy cerquita del pueblo.

Entrevistador/a: ¿Tu padre tenía la chacra?
Javier: Sí, mi padre tenía la chacra, con animales. Cultivaba y también tenía un campo que arrendaba.

Entrevistador/a: ¿Y tu mamá que hacía?
Javier: Mi mamá es la típica ama de casa. Mi mamá se enojaba cuando le decían: sólo ama de casa. Siendo ama de casa se trabaja más que cualquiera. Cocina muy bien, y muchos nos preguntan cuál es el secreto del piroj […]. El piroj se hace con masa de pan dulce, se hace con  un relleno de dulce de zapallo casero; […] lo tiene que hacer una abuela, una baba lo tiene que hacer y cuanto mayor sea la baba más rico sale. No tiene un secreto, pero ellas lo van haciendo de una manera tan simple y vos querés hacerlo igual y no hay forma. Yo, por ejemplo, no conocía las empanadas; las empanadas que conocía eran de carne con papa. La sopa que se tomaba era sopa de verduras; el borshst de nosotros es una sopa que casi tenés que cortarla con cuchillo: tiene un montón de verduras adentro. Nosotros crecimos así. A los que vivimos siempre acá nos costo trabajo salir y ver cómo es otro tipo de comida, más allá de que no te voy a decir que no comemos milanesa, asado, masas de confitería, que saben hacerlas perfectamente bien. Pero llegado el momento, cuando llegan las fiestas: "y ¿qué hacemos?";  "y vamos a hacer un shashlik, vamos  hacer unos piroj" [risas]. Es que resulta más fácil cocinar lo nuestro.

No sé, mis hermanas bordan, tejen los puntos que quieras. De repente, terminaron de tejer un buzo y dicen: "no me gustó", y lo desarman y a los dos días tenés hecho el buzo de nuevo.

Entrevistador/a: ¿Cuántos son ustedes?
Javier: Nosotros somos tres, casi de la misma edad, más uno que nació cuando tenía dieciséis años.

Entrevistador/a: ¿Y vos aprendiste a cocinar?
Javier: Algún shaslik hago, de vez en cuando.

Entrevistador/a: ¿Y vos ayudabas a tu papá o más bien ibas a la escuela?
Javier: No, yo incluso ahora sigo ayudándolo. Incluso, yo no caminaba y me llevaban a la chacra en el tractor. Me acuerdo de ir a la plantación de papa, de la edad de Guille [el hijo] y escarbar. Sacaba la papa, la limpiaba en el buzo para sacarle la pelusa que tiene la papa cuando no está bien madura, que se le despega. Prácticamente todos los chiquilines que vivimos en el campo somos muy andariegos. Hice mi escuela, hice mi liceo; lo que pude estudiar, lo estudié. Por distintas circunstancias no terminé mis estudios de profesorado, por una cuestión de distancias, un poco por prioridades también. No me daba: hice parte de la formación docente en Paysandú, pero tenía que dar todo libre en Montevideo. Está muy centralizado el estudio. Y cuando uno sale de un campo donde está todo muy ajustado, en donde uno tiene que hacer malabares para ir  y pagar los pasajes cuatro veces a la semana, para ir y volver… Mis padres se enojaron cuando  les dije que era bastante complicado seguir estudiando. Precisaban mi ayuda en el campo, por más que me dijeron que no la precisaban para que yo siguiera. Era mucha plata la que se iba. Me decían que no importaba, que se iba a conseguir, porque siempre prefirieron que siguiéramos estudiando. Todos estudiaron. Mi hermana es profesora de Química con titulo; la otra es maestra. Yo fui la oveja negra de la familia; me quedé trabajando. No me arrepiento.

Trabajo como carpintero, conozco bastante bien el oficio. Cuando hay que desarmar algo, se desarma, porque en el campo no hay tiempo de llevar a un mecánico; uno aprende de todo. A cocinar aprendí, pero nunca me dejaron, mi madre. Las madres del pueblo no dejaban mucho que los hijos varones cocinaran. La vi siempre cocinar a ella, y si tengo que hacerlas [comidas] sé hacerlas y las hago. Pero siempre tratando de mantener esa filosofía de que se puede; hay que buscarle la vuelta pero siempre se puede.

Entrevistador/a: ¿Y acá cómo fue la experiencia en la escuela?
Javier: la escuela se caracterizó por tener acá la mitad de los docentes de acá y la otra mitad de Fray Bentos; siempre se caracterizo por eso. Con el liceo pasa lo mismo: no alcanza la cantidad de docentes de acá. Ahora, como que eso se está mejorando un poco y como que casi todos son docentes de acá, lo que da un sentido de pertenencia muy lindo. Siempre tuvo la característica de ser muy buena la escuela de acá. Yo me llevé una impresión bastante fea, pero yo viví una época… Yo hice la escuela justo en el momento difícil de San Javier, en la dictadura.

Entrevistador/a: ¿Te animas a contar un poco?
Javier: Fue feo, fue feo. El momento más difícil fue cuarto, quinto y sexto de escuela. Algo me acuerdo y no fue agradable. Cuando uno dice: "son años oscuros en la historia de San Javier", sí son oscuros; yo los veo oscuros, los veo como si fueran una cortina entre medio. Capaz que uno busco la manera de borrarlos. Historia fea. La primera vez que vi llorar a mi madre fue cuando mataron a Roslik. Me levanté de mi cuarto, fui hasta la cocina y vi a mi madre llorando. En mi casa se vendía leche; los vecinos venían a comentar lo que había pasado en el pueblo en la noche (porque fue todo de noche). Y recuerdo que estaba no hablando, sino cuchichiando por miedo a que escucharan. Ese terror fue feo. En mi familia hubo un tío mío que estaba dentro de los que se llevaron presos. Roslik era muy amigo de mi familia. Fue doctor mío; yo nací gracias a él porque supuestamente era muy probable que yo naciera muerto (nací envuelto con el cordón en el cuello). Nací en la casa de mis padres; no había forma de llevarme a otro lado, y fue él quien me atendió. Y eran muy amigos con él. La familia de mi madre de alguna manera tenía parentesco con él. Y bueno, fueron años bastante feos. Yo no pude ser abanderado porque…

Entrevistador/a: ¿Por qué?
Javier: No me dejaron porque tenía familiares presos. El pánico fue grande; no en todo el pueblo pero en determinada personas. En determinadas familias fue complicada. Todavía hasta ahora sigue habiendo mucho recelo al hablar del tema.

Entrevistador/a: Al comienzo decías que en esa época como que el idioma, la cultura rusa "se cortó"...
Javier: Lo que era el centro cultural de los rusos, el Máximo Gorki estaba cerrado. Entraron, lo deshicieron, se llevaron libros, revistas, vestuario… Era un centro cultural con todas las letras. No sólo de danzas; mi madre aprendió piano, danzas clásicas con gente que había venido. Uno sabe lo que son los rusos con ese tipo de cosas y, sin embargo, eso se rompió todo, se destruyó todo. Cuando empezaron de nuevo hubo que hacer todo otra vez; fue complicado. El cine lo destrozaron. La parte cultural, estrictamente cultural, se perdió. Lo del idioma, más allá de que en mi casa no lo hablaban, yo particularmente creo que fue una forma de cuidarnos. Lo dije al principio: acá, lamentablemente, ser descendiente de ruso era delito. Y bueno, cuanto menos ruso pareciéramos, mejor.

Entrevistador/a: ¿Y después llegaste a ir al cine?
Javier: Sí, después se reabrió. Incluso ahora, de mayores, ensayamos danzas, pero de otro tipo de danzas, danzas criollas

Entrevistador/a: ¿Algunas vez bailaste en el Kalinka?
Javier: No.

Entrevistador/a: Son danzas criollas ¿parecidas a qué? ¿Tipo el pericón?
Javier: No, danzas americanas, chacareras. Es un grupo muy nuevo que empezó ahora. Pero justamente, ¿por qué necesariamente tiene que ser (si yo quiero bailar) estrictamente kalinka? ¿Por qué tienen que ser danzas rusas? Un grupo de personas consideramos que podría ser así y bueno, si había gente de descendencia criolla bailando kalinka, ¿por qué nosotros no podíamos bailar otro tipo de baile? Así, nos juntamos con unos gurises, y hay un grupo de gurises que bailan una y otra, ensayan los dos tipos de baile [risas]. El cine, incluso, pertenecía a la cooperativa. Era todo muy centralizado… [El cine] ahora es la sala cultural; la están remodelando, es muy grande, entran más de quinientas personas.

Entrevistador/a: ¿Cómo ves San Javier hoy?
Javier: San Javier hoy está más dentro de la realidad del país. Mi opinión, como docente, que trabajo mucho con los gurises, es que estamos muy influenciados por lo que es Paysandú. Estaban bastante menos influenciados, ya te digo, cuando los accesos eran más difíciles. Tenemos un problema (que creo que te vas a dar cuenta), que nosotros tratamos en el liceo: nosotros vivimos al lado de Argentina, tenemos influencia de los canales argentinos, tenemos esa influencia de esa cultura del "che boludo" […]. [Igual, eso de que] todo lo que es nuevo es mejor, como que lo estamos ya pasando. Ahora estamos volviendo de a poquitito a: "vamos a poner un pie a tierra y vamos a ver qué sirve y qué es lo que no sirve". Pero tenemos problemas, problemas con lo que es el trabajo. Es un pueblo chico, en el campo hay poco trabajo, que era la base de la economía. Tenemos mucha gente mayor, mucho jubilado, tenemos muchos empleados públicos y muy pocos empleados privados. Entonces, hay un desequilibrio. El chiquilín que sale del liceo tiene que salir a estudiar ¿a dónde? A otro lado. Y cuando se recibe, si es medico, si es abogado… No son muchos en San Javier;  ¿con mil personas va a trabajar?  Se quedan en la ciudad. Entonces, nos estamos volviendo una sociedad de viejos y de gente que está un año, dos o tres, consigue un trabajo en otro lado y se va. Gente de acá, poco y nada.

Yo soy mucho del deporte [sic] y crecí con el fútbol. De doce años jugando al fútbol, tuve por lo menos cuatro generaciones bien diferenciadas (desde compañeros de mi edad hasta chiquilines de catorce años ahora). Los cuadros de fútbol se preocupan por tenerlos hasta que salen del liceo, y cuando salen del liceo hacen recambio […]. Gente joven es poca la que hay. Pero dentro de todo, gente bastante buena, todavía; no tanto como antes, pero todavía se puede dejar la puerta abierta [de la casa], todavía podes abrir la puerta sin preguntar quién es. Y cuando aparece algún problemas de robos, de vandalismo, es tan chiquito el pueblo que todos sabemos quién es [el responsable]. Haciendo dos o tres preguntas estratégicas a un lado y a otro,  ya todo se sabe.

Acá se está perdiendo, por ejemplo, que siempre se vio: la gente acá caminaba. El pueblo era chico, entonces, todos caminábamos aunque tuviéramos bicicleta; llegaba el domingo y todos salían a caminar. Pero se sabía cuando salían, pero no cuando volvían, porque de golpe te encontrabas con cualquiera en la vereda y te ponías a conversar, y de repente estabas una hora conversando; esa no preocupación por el tiempo. Llegado el momento de pasarla bien, mientras la conversación fuera amena, se conversaba, y eso se está perdiendo […]. Pasara por raro, pero en mi casa mi padre no habla por teléfono; el dice: "si yo quiero hablar con mi vecino, porque en mi casa se cortó la luz y quiero saber si a él también, ¿por qué lo voy a llamar por teléfono? Voy hasta la casa y le pregunto. Vos no podes conversar a través de una maquina". A veces llama y le salta un contestador y dice: "ya me pusieron esta maquina y yo que quiero hablar con gente". Y es una costumbre de mucha gente acá todavía. Y una costumbre linda que tuvo siempre el pueblo: la relación [que resulta] de conversar todos los días. Empezó a perderse […] y no se ha vuelto a recuperar. Las personas mayores todavía si conversan. El hecho de […] [hablar] con gente mayor y que las personas mayores nos atiendan cuando les hablamos, que conversen, que nos expliquen, no se da mucho. Mi generación conversaba bastante con la gente mayor […]. Yo pasaba horas hablando con mi abuelo; iba a conversar porque me interesaba, me gustaba, era una charla amena. De golpe me repetía cincuenta veces las mismas historias, pero no importa (yo ya sabía hasta los nombres, las fechas y todo lo que me iba diciendo) porque era lindo conversar […].

Entrevistador/a: ¿Y sabés algo de "los barbudos" (como ustedes les dicen)?
Javier: Tengo contacto porque siembran, son arrendatarios en el campo de casa; arriendan para sembrar. Son una gente rara. Ellos también tienen una religión muy particular; no sé muy bien cómo es, pero son muy cerrados, mucho más cerrados de los [inmigrantes] que vinieron acá. Vinieron de una zona completamente diferente. Los de acá vinieron de la zona europea de Rusia; ellos son de la zona cercana a China.

Entrevistador/a: ¿Cómo son ellos como arrendatarios?
Javier: Ellos tienen una preocupación única: ellos trabajan, trabajan y trabajan; trabajan y trabajan y trabajan. Hay muchos acá que dicen que son medios sinvergüenzas, pero yo creo que nosotros confundimos el hecho que no quieran pagar, por ejemplo, con el hecho de que muchas veces no tienen ni tiempo de llegar a la casa para paga. Ellos trabajan el día entero. Pero si llega su domingo y viene una tormenta, y tienen que cosechar (la cosecha del año la tienen que sacar)… Se puede venir el mundo abajo, pero el domingo no trabajan. Tienen una semana […] [de] pascua, que no sé qué es, y ahí es sólo para fiestas. Pero ni salen de ahí. Y ya te digo, a veces es época de cosecha, y bueno, si se pierde, se pierde. Así de simple: si se pierde, se pierde. Ellos trabajan así.

Los que trabajan con nosotros ya son uruguayos, y nos ven a nosotros, así, con la ropa toda desprolija y todos sucios de andar trabajando y nos dicen: "mirá, estos burros están trabajando". Y dicen: "¿Uruguay cuántos años tiene de cultura? Doscientos años de cultura propia. Nosotros tenemos cinco mil años de cultura". Se ríen de nosotros; nosotros nos reímos de ellos. La tienen muchos más clara que nosotros.

Pero ellos sí son muy de la religión. Ahora ya hay tercera generación, un poco menores que mi edad [sic], que ya están con su moto de todo terreno, ya vienen a los bailes, y ese tipo de cosas. Mantienen todavía algo de la vestimenta –bastante de la vestimenta de ellos–, que no es la misma que trajeron los rusos cuando vinieron –los nuestros. Son diferentes, completamente diferentes. A veces, nosotros nos enojamos un poco, porque en Montevideo asocian, en algunos programas que vemos sobre San Javier, lo que son ellos con lo que somos nosotros. En realidad, no es lo mismo, porque la religión no es la misma (aclaro: no es porque haya ahora religión en San Javier). La religión de ellos [respecto de] la religión de los que vinieron a San Javier no es la misma. Vienen de zonas diferentes, tienen formas de trabajar diferentes; es distinto.

Los antecesores nuestros eran mucho de producir [sic], pero de producir con mucha calidad (ya fuera colmenas, granjas, huerta) y de producir para subsistir (ya sea dulces y esas cosas). No es mucho de: "saco trigo, vendo trigo". Es más bien: "saco trigo y vendo pan", cosas procesadas. No vendo la fruta cuando la saco; hago dulce y  después hago mermelada, jalea, hago una torta con esos dulces y después la vendo […].

Trabajan y trabajan el día entero cuando les toca trabajar [se refiere a la población de Colonia Ofir]. De golpe vas a ver un tractor enorme y pasas y parece que no lo va manejando nadie, y cuando arribas hay un chiquitito así [hace un gesto] arriba del tractor. Y tampoco te enteras. En los campos que son chicos, [los trabajadores] entraron a las dos de la mañana y cuando llegaste al campo a las ocho de la mañana tenés todo el campo airado, lo dieron vuelta todo; y no te enteraste nunca cuando entraron. Ellos precisan la autorización y cuando tienen el rato, lo hacen; si tienen que trabajar un día entero, bueno, lo hacen; medio día trabaja el padre y cuando querés acordarte está el gurí trabajando. Y a veces se asocia eso con que son unos sinvergüenzas. Y ellos se preocupan por trabajar; lo demás es secundario.

Entrevistador/a: Lo de "sinvergüenzas", ¿por qué lo dicen?
Javier: No respetan mucho. Conocen bastante poco el idioma y ellos te hacen un trato, y el trato que ellos hacen de palabra te lo cumplen. Viste que cuando haces un contrato de compra-venta, tiene muchos tecnicismos, y a veces ellos no los respetan. Pero capaz que es porque ni los conocen o capaz porque ni les preocupa tampoco. Ellos hicieron un trato de que van a sembrar y cuando cosechen te van a dar una parte, y bueno, llegado el momento, cuando ellos cobran, te dan una parte. Capaz que no embocan con los tiempos o alguna cosa […]. Hay que adaptarse un poco, no sólo ellos a nosotros, sino también nosotros a ellos. Pero trabajan, son muy trabajadores. Y a mí me da la impresión de que la gente, cuando vino acá a principio de siglo también era así. Por lo que me contaron, eran mucho más trabajadores que lo que somos ahora. Me da la impresión de que es como todo: cuando uno empieza algo nuevo y sabe que es lo único que tiene y que no tiene más remedio que trabajar, le pone ganas y no para. Después, cuando ya lograron algo, es como que esa voluntad se descarga, por tener menos responsabilidades.

Entrevistador/a: ¿Y tus padres dónde viven ahora?
Javier: En el campo. Siguieron siempre ahí. Una hermana mía sigue viviendo ahí,  y mi hermano también, que sigue yendo al liceo (cumple dieciocho en octubre), está haciendo sexto de liceo.

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